Fechas memorables

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01 December 2018

Finalizó noviembre. ¡Cuántas fechas memorables! Inicia con el Día de Todos los Santos, en celebración de aquellos que, por sus grandes méritos, sabemos que han alcanzado el cielo, aunque no estén en los altares. El 2, Día de los Fieles Difuntos, oramos por nuestros seres queridos que se adelantaron a la vida eterna. El 5, la conmemoración del Primer Grito de nuestra Independencia; el 16, Nuestra Señora de la Misericordia; el 22, Día de Acción de Gracias que, aunque es una fiesta estadounidense, por ser tan significativa, ha sido adoptada por muchos países y familias; el 27, Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa. Y, personalmente, conmemoro los cabos de año de mis hermanos Eduardo y Ernesto. Además, feliz al poder estar con ella, celebré los 15 años de mi nieta Sofía. Y, principalmente, agradezco infinitamente al Señor por conservarme la vida, a pesar de nuevas enfermedades.

Pero hay una fecha en noviembre que es de escarnio y debe convertirse en una jornada de meditación y duelo, en la que transmitamos a las nuevas generaciones la profundidad de las heridas que recibió nuestra Patria; en la que recordemos a los cientos de mártires caídos por el solo hecho de ser gente de bien. Me refiero al 11 de noviembre.

Revuelve el estómago ver al FMLN, encabezado por sus más altos dirigentes, celebrar la “ofensiva hasta el tope”, iniciada el sábado 11/11/1989. Cada año ellos conmemoran como “gesta heroica” los ataques asesinos contra la población civil, realizados principalmente en San Salvador, San Miguel, Santa Ana, Zacatecoluca, Usulután y Chalatenango. Durante muchos días llevaron dolor, muerte, angustia y desesperación por donde pasaron.

Nunca lo olvidaré. Tampoco olvidaré a Manuel, que llegó a su trabajo más blanco que un papel: habían incendiado el bus en que se transportaba, con el motorista amarrado adentro. Y Rodrigo, que junto a su familia y vecinos de la misma manzana, fueron tomados en rehenes, obligándoles a botar parte de las paredes compartidas con las casas colindantes, a fin de circular libremente por todas ellas. Criminales armados hasta los dientes, amenazando a niños, mujeres y ancianos, para mantener así dominados a los hombres de esas familias.

A Dios gracias, ni mi familia ni mis compañeros de trabajo perdimos a nadie, aunque todos sufrimos indeciblemente, unos más que otros. Pero lo peor, lo imperdonable, fue la inmensa cantidad de compatriotas, pacíficos y trabajadores, que fueron masacrados entonces. ¿Y lo celebran como una “gesta heroica”? ¡Qué burla tan cruel!

Heroicos, sí, fueron quienes, a pesar de todo, continuaron trabajando como una demostración de repudio a la ofensiva. Se acortaron los horarios, se hicieron milagros para pagar planillas y ayudar a quienes lo necesitaban y nuestro país no se detuvo. Y heroico fue nuestro pueblo, esos salvadoreños que, a pesar de estar amenazados y dominados, se negaron a tomar las armas que les brindaban para unirse a la “ofensiva hasta el tope”. Por eso fracasó: porque el pueblo, nosotros, los pacíficos, los desarmados, les rechazamos y despreciamos.

No permitamos que se honren como a héroes a quienes, en aquellos terribles días, murieron con un arma, una granada, una bomba en la mano y mataron a inocentes. Los héroes son esos miles de víctimas anónimas, a las que cada 11 de noviembre, encomiendo junto a mi hermano Ernesto. ¡Nunca más otra ofensiva hasta el tope!

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