Ideas, política y realidad

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30 November 2018

Cuando las ideas se muestran orgullosas y autosuficientes no hay razonamientos ni datos ni pruebas que puedan contradecirlas. Solo hay una forma de hacerlas “entrar en razón” y es ponerlas en contacto con la realidad. Sin embargo, esta inmersión en lo real debe partir de una premisa imprescindible: la buena voluntad, la honestidad intelectual.

Cuando alguien concibe autónomamente una idea sobre los problemas sociales y sus soluciones, por ejemplo, es difícil que vea que la realidad es más que las ideas, y no al revés. Porque la realidad simplemente es, mientras que las ideas se elaboran: son el fruto de muchos factores, entre los que la cultura y la experiencia de vida no son los menos importantes. Por no decir más de la conveniencia personal, o del interés de una camarilla de seguidores interesados en sacar beneficios personales.

Para encontrar la verdad es imprescindible que entre las ideas y la realidad se dé un diálogo constante. De lo contrario, las ideas irán ocupando el protagonismo que debería tener la realidad y las personas terminarán por estar firmemente convencidas de que las cosas no son como son, sino como cada uno las piensa; pues si la única “realidad” significativa es la que ellas conciben, es imposible que vean más allá de su cerrado horizonte.

Vivir en un mundo construido solo por palabras es sumamente peligroso, porque pronto se convierte en el mundo del sofisma y de la imagen. Los demagogos lo saben muy bien y por ello se presentan como seres puros, etéreos, para poder imponer su totalitarismo relativo: su modo de presentar las cosas a partir de ideas simples.

Ideas simples, ingenuas, pero eficaces. Por ejemplo: “los políticos, por definición, son corruptos. Yo, no soy político, por lo tanto, no soy corrupto”; o, “cualquiera que forme parte de un partido político está luchando por sus propios intereses, y no por los de la gente. Yo, que no formo parte de ningún partido, sino que respondo al clamor popular, estoy luchando por los intereses de todos”; y esta otra: “soy la solución de los problemas, y por eso me adversan los políticos. Es lógico y natural que me denigren y quieran impedir que participe en las elecciones”…

Son planteamientos que no resisten una segunda consideración, una reflexión que los convencidos o ideologizados no están dispuestos a concederles. Se conforman con la tapa del libro, piensan que porque el volumen tiene bonito título, es importante. No se dan cuenta de que para saber qué dice en realidad es necesario empezar por la primera página… pero, como “ya saben lo que dice el libro”, ¿para qué lo van a leer? El resultado es ver multitudes hablando de ideas, sin saber a ciencia cierta en qué consisten.

Los proyectos utópicos nacen y crecen desde un sistema de ideas disociado de la realidad, igual que los fundamentalismos sentimentalistas, los moralismos que prescinden del bien y los intelectualismos que hacen caso omiso de la verdad.

El antídoto es dotar a la política del sabor de lo real, para que pueda liberarse de la camisa de fuerza del entramado de ideas. El modo de hacerlo es que los políticos salgan a la calle, se den “baños de gente”, platiquen, convivan, compartan las preocupaciones de los electores, sientan el territorio. Y que los electores cuestionen a los candidatos. Solo así los datos matarán los relatos y todos saldremos ganando.

De lo contrario, corremos el peligro de pensar que las ideas son la realidad, de creer que hacer política es únicamente hablar, criticar y quejarse; sembrar antagonismos para pescar en río revuelto. O, peor, terminar por ver conspiraciones y ataques orquestados cuando la realidad derriba de golpe el utópico sistema de ideas que, a fuerza de repetirlas, crea un espejismo que quien predica —y sus seguidores— confunde con la realidad.

Ingeniero

@carlosmayorare