Jamás olvidados

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30 November 2018

Como lo describen muy bien los profesionales que fueron entrevistados para el reportaje sobre desapariciones que publicó esta semana El Diario de Hoy, la desaparición de un ser querido es, con mucho, el peor drama que puede enfrentar una familia. Afirman correctamente que no lo supera ni la muerte, pues en ésta hay al menos certeza, un punto final que permite prepararse a una nueva realidad. Con la desaparición de alguien cercano la angustia es interminable; el dolor, el miedo y la esperanza se alternan en un doloroso círculo que no tiene fin. Pregúntelo a cualquier madre, padre o hermano; pregúnteselo a usted mismo. Desde un punto de vista psicológico el duelo es necesario para la recuperación emocional, permitiendo que las personas hagan uso de todos los recursos mentales que, con la ayuda del tiempo, proveerán alivio. Pero en las desapariciones el proceso del duelo se posterga indefinidamente, nada comienza ni nada termina, es la más terrible pesadilla.

Y este es el drama que viven miles de familias salvadoreñas. Las cifras de las desapariciones en El Salvador son espeluznantes, y cada una es una historia. Son dramas que no hacen mucho ruido, pues se sufren en silencio, a puertas cerradas. Si el no saber qué ha sido de un ser querido ya es suficiente dolor, a esto se le suma cierta indiferencia generalizada. Pareciera que en nuestro país nos hemos vuelto un tanto indiferentes a estas tragedias. Nos enteramos de ellas, nos alarman y luego se alejan de nuestra consciencia. No es dureza de corazón lo que nos hace así, es un mecanismo de defensa. Son tantos los casos que si sufriéramos por cada uno simplemente no podríamos soportarlo y seguir. La realidad nos ha endurecido un poco, aun a nuestro pesar.

Si uno contrasta la reacción de la comunidad ante una desaparición aquí con la de otros lugares, las diferencias son sorprendentes. En otros lados una desaparición, una tan sola, produce una conmoción social. De inmediato se activan todas las alarmas. En los postes se colocan fotografías, se activan los medios de comunicación y la comunidad colabora en la búsqueda. El pueblo, los suburbios, los bosques son registrados palmo a palmo y nadie descansa hasta dar con el desaparecido. En El Salvador, con más de diez desapariciones diarias, los casos se desvanecen de la atención pública en pocos días, la mayoría ni se llegan a conocer. Pero cada salvadoreño es importante, por eso se insiste sobre el tema.

Aunque el panorama luce desalentador siempre se puede hacer algo más. Desde la perspectiva de la investigación forense es posible ahora utilizar tecnología moderna para identificación facial (Google y Microsoft ya tienen programas para esto), identificación precisa por ADN y ya se dispone de técnicas para localizar tumbas clandestinas por medio de ondas láser dirigidas desde el aire. En cuanto a las familias es esencial la formación de equipos de salud mental bien entrenados en el área para dar tratamiento. Los grupos de autoayuda dirigidos por profesionales han mostrado mucha efectividad y son un recurso de inestimable valor.

Finalmente, los familiares de personas desaparecidas deben saber que, a pesar de las múltiples tragedias que ocurren diariamente, a la mayoría de salvadoreños estas historias siempre nos duelen, que entendemos y compartimos su sufrimiento y esperamos que lleguen a encontrar la paz.

Médico psiquiatra