Las generaciones, las chumpas y los calcetines

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29 November 2018

Cualquiera diría que el valor de las cosas buenas debería percibirse al instante. Pero la gente con frecuencia descarta cosas buenas por escoger otras evidentemente malas. Mucha gente explica eso diciendo que el valor de esas cosas buenas se entiende solo cuando faltan. Pero la evidencia histórica demuestra que esto tampoco es cierto. Hay muchas cosas que la gente no identifica como buenas aunque esté sufriendo por su falta, porque ni siquiera se da cuenta de que su sufrimiento viene por esa falta, o por puro capricho.

Un ejemplo claro es el fracaso de la América Latina en conseguir el desarrollo. Cuando se independizó, solo Inglaterra se había industrializado, y parcialmente. La gran infraestructura que ahora separa a los países desarrollados de los no desarrollados todavía no existía. Había muchos analfabetos en América Latina, pero también los había en Europa. América Latina estaba emergiendo del dominio de una monarquía absoluta, pero igual estaba pasando en la mayor parte de Europa.

Ahora, doscientos años después, Europa y Estados Unidos están ya avanzadas en una nueva reforma tecnológica que ya no multiplica el poder del músculo sino el poder de la mente. Y América Latina sigue envuelta en el subdesarrollo preindustrial sin poder identificar qué le falta, en qué fue que los países ahora desarrollados se le adelantaron.

Hay diferencias enormes dentro de la misma América Latina. Chile y Uruguay parecen haber descubierto el misterio, mientras otros todavía se debaten en los mismos problemas que tenían doscientos años antes. Los casos mas trágicos son Nicaragua y Venezuela. Mucha gente ve el atraso de estos países y de Latino América en general en términos económicos exclusivamente, como si el éxito económico fuera causa, no efecto, del desarrollo. Y no ven que detrás de este retraso están dos cosas fundamentales que los países desarrollados crearon: la organización de la sociedad alrededor de instituciones democráticas y la inversión en capital humano.

En este momento, por ejemplo, Nicaragua y Venezuela están pasando por una crisis terrible: tienen en el poder a presidentes que ya la población no quiere, pero que no halla como removerlos, ni ahora ni en el futuro previsible, ya que se defienden a sangre y fuego, llevando entre los dos miles de víctimas.

Del otro lado del Atlántico, algunos miembros del Partido Conservador inglés decidieron que era tiempo de remover a la Primera Ministra. Allí, sin embargo, no tuvieron que armar tomas ni marchas ni afrontar balas para sacarla. Existe un proceso institucional que todo el mundo respeta. Al final, no consiguieron los votos que necesitaban para sacarla y la Primera Ministra sigue en el poder, y todos lo aceptaron, e igual hubieran aceptado si se hubiera tenido que ir. En otras democracias desarrolladas hay otros mecanismos para remover líderes que se han vuelto peligrosos, o para reducir su poder.

Las crisis de Nicaragua y Venezuela se están dando porque ambos países siguen en el siglo XVIII en términos de la sucesión al poder, uno de los problemas fundamentales de la política. ¿Cómo pueden esperar desarrollarse si ni eso pueden organizar? Estos problemas no son exclusivos de Nicaragua y Venezuela. Son de toda la región. Ahora México va en la colada, otra vez, con el populismo.

¿Cuándo va Latinoamérica a entender lo que es bueno para ella y lo que es malo? ¿Cuándo va a aprender a descartar a los populistas que ofrecen el cielo y la tierra y amenazan con marchas contra las instituciones, según ellos para lograr los paraísos que ofrecen, pero en realidad para adquirir el poder absoluto, y crean comandos que, en su ambiente autoritario, evolucionan en grupos como los paramilitares sandinistas y los grupos bolivarianos, que luego oprimen al pueblo? ¿Cómo es posible que esto pase, generación después de generación, dejando a Latinoamérica estancada mientras otros países progresan?

El problema de América Latina es que las generaciones no aprenden de las anteriores, porque cada generación, tan gruesa, vergonzosamente ignorante como todas las anteriores, se cree bien lista al escoger a estos populistas, y comulgan con ruedas de molino. Peor, como pasa en muchos casos en El Salvador, las nuevas generaciones se creen muy modernas por escoger al mismo populista de siempre, solo que con otra chumpa y otros calcetines. Es un problema de falta de educación y de sofisticación, generación tras generación.

Máster en Economía

Northwestern University