Educación y política

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23 November 2018

Pocas cosas son tan políticas como la educación. Forja el presente y el futuro de las sociedades. “Política y educación, educación y política… dos artes y dos ciencias muy erosionadas, ninguna de ellas ha logrado alcanzar la mayoría de edad, más bien parece que se desenvuelven aún en su infancia”, se ha escrito.

De la educación, de la política, depende en gran medida la falta de incentivos para alcanzar la excelencia y conformarse con la mediocridad. Son dos pilares que, si fallan, nos hunden en la corrupción, la demagogia, el populismo y la violencia. No es poca cosa. Son el modo que tiene toda sociedad de defenderse de sí misma, de construirse a sí misma, de forjar ciudadanos y no manada —ni piara— atenta a la voz de líderes demagógicos.

De la educación, y de la política, dependen el pensamiento crítico, la capacidad —y la disposición activa— para el diálogo, la tolerancia y el respeto a las ideas diferentes, así como la posibilidad de defender las propias sin recurrir ni a la violencia, ni a la descalificación del contrario. Depende la democracia y la vida en paz.

Nos falta tomar conciencia de la estrecha relación que hay entre una pésima educación, y una política que no merece ni que se le llame tal. Tampoco nos damos cuenta de que las carencias educativas son el resultado de deficientes políticas públicas, cortedad de miras, clientelismo, politiquería, disputas de poder y otras lindezas que impiden que despeguemos en la ruta del desarrollo social.

Política y educación se potencian mutuamente, se retroalimentan, conforman una simbiosis extremadamente importante. Por eso, la gravísima crisis de liderazgo que se manifiesta en nuestra sociedad, la conformidad apática de tantos a la hora de jugar un papel activo en política, la vergonzosa calidad ética de algunas campañas de propaganda política que están desplegándose… testifican que esa mutua potenciación entre educación y política, también funciona para peor.

La crisis de nuestra educación pública es más, mucho más, que los lamentables resultados en las pruebas como la Paes, la incapacidad de incorporarse a la vida social (y ya no se diga a la vida laboral) de tantos jóvenes, la violencia “normalizada” fruto de conciencias cauterizadas… La principal manifestación de la crisis es la incapacidad de nuestras instancias educativas para forjar ciudadanía.

La falta de madurez de nuestro modo de hacer política se evidencia cuando se constata con qué facilidad acceden a ella tantos mediocres e incompetentes. Gente sin ninguna preparación para la complicada tarea de gobernar. Ciudadanos que se deslumbran y se corrompen con la facilidad del niño en una confitería, y a los pocos meses de ocupar cargos públicos no hacen sino ostentar bienes materiales, y ejercer el poder de forma arbitraria en beneficio propio y de toda su parentela.

No hay nada que haga más daño, para uno y para todos que dar el poder a quien lo desea por encima de todas las cosas.

Y respecto a la educación… lastimosamente —y ojalá me equivoque—, no podemos hablar de unas políticas educativas dirigidas a formar ciudadanos. Incluso los mejor intencionados caen con frecuencia en la tentación de educar únicamente para el mundo laboral, mientras pierden de vista que trabajadores sin capacidad crítica, ética, empatía, respeto por las leyes, son materia dispuesta para la corrupción, la “vivianada”, el abuso de poder, y la insolidaridad más descarada.

Necesitamos políticas educativas que no enseñen solo a ganarse la vida, sino también a vivirla dignamente. Que preparen para el trabajo, sí, pero que al mismo tiempo dispongan para la vida en sociedad. Que doten de herramientas técnicas, y que formen para el diálogo y la tolerancia, el coraje y la valentía.

Política y educación, educación y política. ¿Cuál lleva la voz cantante, en cuál de ellas encontraremos la salvación? Las dos son humanidad. Ninguna puede sola.

Ingeniero

@carlosmayorare