A todos nos gustan los héroes. Sentimos admiración por aquellos que alguna vez, en algún lado y bajo ciertas circunstancias, hacen cosas extraordinarias. Pero yo tengo esa idea, que es mucho más admirable quien hace lo correcto, lo que tiene que hacer, a diario, de forma constante. Es relativamente fácil hacer algo extraordinariamente bueno de vez en cuando; pero es admirable hacer lo correcto… siempre. Los que lo hacen, son los verdaderos héroes.
Es un héroe el papá que, a pesar de estar cansado, se levanta de madrugada a amasar el pan con el que le da de comer a sus hijos. Aquellos que, a diario, se levantan antes del amanecer, para abordar tres buses para llegar a su trabajo en punto. Héroe es el padre de familia que deja a un lado sus gustos y preferencias, y no se compra esa camisita que tanta falta le hace, por comprarle un par de zapatos a su niña. Que deja de salir con los cheros, por pagarle la clase de inglés a sus hijos. Ellos son héroes.
Es heroína esa mamá que a diario se levanta de madrugada a plancharle los uniformes a los cipotes, mientras con la otra mano le hace las loncheras y el desayuno; que sale “volada” a dejarlos al colegio, mientras reza que el tráfico le permita llegar temprano a la oficina. Esa mamá que se enjuga las lágrimas en el baño de la oficina, porque su jefe no le dio permiso para ir al acto del colegio de su hijo, pero aun así prepara a tiempo el reporte que tiene que presentar, para salir luego a las siete de la noche, otra vez “volada”, para ir a hacer la cena a su casa, y pone su mejor cara, porque sabe que la espera su esposo y sus hijos. Ellas son heroínas.
Son héroes los que, inspirados por un deber superior, se ponen de madrugada el uniforme de policías. Salen a las calles a patrullar sin saber si van a volver a ver sus familias; que, por una modesta paga, están dispuestos a “poner el pecho” por el resto de sus hermanos salvadoreños. Ellos dejan a sus familias solas, para todos nosotros podamos dormir tranquilos por la noche. Ellos son héroes.
Son héroes los profesores que educan a nuestros hijos en condiciones muy desfavorables. En escuelas sin seguridad, sin agua potable y con escasos recursos; pero enseñan a los cipotes que tiene a su cargo, para que no estén condenados a repetir el ciclo de pobreza de sus padres. Viven modestamente. Se retiran, muchas veces, para terminar sus días en pobreza. Pero soñaron con enseñar y eso es lo que hicieron dignamente. Nunca nadie les dio un reconocimiento, pero hicieron lo que su corazón les indicó hacer: educar. Ellos con héroes.
Son héroes los médicos y enfermeras de la red de hospitales y centros de salud estatales, quienes no obstante recibir una paga inferior a sus capacidades y conocimientos, dan lo mejor de sí para aliviar el sufrimiento de nuestros hermanos salvadoreños que padecen dolencias, derivadas de la pobreza y abandono; ángeles vestidos de blanco que hacen verdaderos milagros para aliviar tanto sufrimiento con tan pocos recursos, muchas veces pagando de su bolsa, las medicinas que son necesarias para hacerlo. Ellos son héroes.
Cuando un barco se hunde, lo lógico, lo intuitivo, es abandonarlo. Igual de lógico es irse de este país, sin voltear a ver atrás. Pero por el simple hecho de quedarse en un país que presenta tantos riesgos, son héroes los que nos quedamos a luchar por este pedazo de tierra: Los empresarios que siguen creyendo, invirtiendo y generando empleos; los profesionales, empleados y pequeños comerciantes, que siguen impulsado la economía nacional; los jóvenes, que, a pesar de tener la posibilidad de migrar, deciden quedarse y continuar con el legado de esfuerzo de sus padres.
En las películas el héroe usa máscara y capa, pero yo veo como héroe al papá que camina de la mano de sus niñas en un centro comercial comiendo un sorbete. Gente ordinaria, haciendo cosas extraordinarias, gente cachimbona que, con sus pequeños aportes, hace de este país un mejor lugar en donde vivir. A todos esos héroes silenciosos y anónimos les dedico esta columna.
Abogado, máster en Leyes
@MaxMojica