Somos una sociedad agresiva. Lo ocurrido el pasado jueves en Santa Tecla es una de las últimas manifestaciones de lo violento que somos como pueblo salvadoreño. Lejos de determinar quién tiene la culpa o quién pegó primero, el percance dejó como resultado un muerto y más de sesenta heridos. Ni la Alcaldía ni los vendedores fueron capaces de construir una solución como gente que piense en eso y no en conflictos para lograr algo. No es la primera vez que estos disturbios pasan en Santa Tecla y no será la última. Somos un pueblo carente de inteligencia emocional, tolerancia y diálogo.
El salvadoreño tiene muchas cualidades buenas, reconocidas a nivel mundial. Somos gente trabajadora, incansable y, según dicen, bastante amigable. Pero algo que no hemos cultivado en nuestra sociedad es la reflexión sobre nuestros actos; somos gente impulsiva y hay ocasiones en que eso nos transforma en personas violentas. No nos caracterizamos por pensar lo que hacemos, por reflexionar nuestras acciones y prever las consecuencias de las mismas.
La gente brava, agresiva y violenta está presente en todos lados. Funcionarios, empleados, alcaldes, diputados, agentes del CAM, tuiteros, facebookeros, líderes de opinión, policías, vendedores, estudiantes, amas de casa, mamás, papás, hijos. La cultura de la violencia nos ha impregnado tanto, que el ambiente cargado de negatividad y estrés lo vivimos casi en todos los entornos. Y de parte de casi todas las personas, pues el nivel educativo de alguien no es sinónimo de persona educada.
Lo presenciamos en la Asamblea Legislativa, donde las acusaciones entre los padres de la Patria están a la orden del día. Pareciera que el objetivo principal es hacer quedar mal al otro en vez de tender puentes de diálogo, poner por delante los intereses de un país y buscar soluciones para los distintos problemas que nos aquejan.
A todos nos estresa la agresiva campaña política que se ha desatado en las últimas semanas; los candidatos han dejado a un lado la promesa de impulsar más y mejores propuestas y se han centrado en despellejar al contrincante por cualquier mal paso que dan. Los candidatos y sus equipos deberían estar promoviendo un discurso civil, decente, con soluciones y no agresivo; pero parece que este último es más efectivo.
Lo sentimos en las redes sociales, que han pasado de ser un lugar de distracción e información, a parecerse a campos de batalla virtual donde si no estás conmigo, estás contra mí. Tóxico. Los discursos bajeros de personas reales que se dedican a atacar o difamar, así como las maniobras con “trolles” y “boots”, amenazan a diario la libertad de expresión y no permiten una construcción civil de ideas.
Lo vemos en el tráfico diario, donde la poca cortesía, los pitos sin sentido y las infracciones a las señales de tránsito, son lo más común de la jungla de asfalto. Ya deberíamos dar por sentado el tráfico diario y salir más temprano hacia nuestros destinos, en vez de pretender llegar de manera milagrosa o manejar de forma “ensatanada”.
Lo vivimos con los vecinos, porque no hemos sido capaces de procurar una buena convivencia ni en nuestro entorno básico y respetar los derechos de los demás. Optamos por “sulfurarnos” en vez de buscar soluciones racionales a las discrepancias. Preferimos responder con insultos o golpes a llegar a acuerdos y ser vecinos respetuosos. Así podemos ir ilustrando los distintos niveles de agresión y violencia que tienen herido a nuestro país.
Debemos buscarle un paro a la cultura de la agresión y violencia. Hay que empezar poniendo de nuestra parte y no solo exigir que sea la otra persona la que cambie. Tenemos que dar el ejemplo desde nuestras casas, en la calle y los lugares de trabajo. Seamos reflejo del respeto y la tolerancia que exigimos a los demás. El progreso de una sociedad depende en parte de la educación, respeto, diálogo y tolerancia de cada uno de sus ciudadanos. Seamos el cambio que queremos ver.
Abogada