"¿De verdad crees que la Luna existe solo cuando la estás viendo?", le preguntaba Einstein a su amigo para hacerlo reflexionar sobre lo ridículos que son algunos postulados de la física cuántica. En especial, se refería al hecho de que las cosas no existen hasta que las medimos.
Unos años antes, un grupo de científicos hizo un experimento que los había dejado perplejos. Habían notado que las partículas de materia dejaban de comportarse como objetos sólidos que existen en un solo lugar y se comportaban como ondas invisibles, similar a las olas en el agua. Pero lo más desconcertante ocurrió cuando intentaron “ver” las ondas durante esos eventos. Al montar instrumentos para observarlas, ya no vieron ondas. La materia se volvía a comportar como una partícula. La conclusión: el solo hecho de observar (medir) las cosas les cambia su naturaleza.
Durante este revuelo, un brillante joven austríaco llegaba a Zurich a tomar su posición como profesor de física. Rápidamente se enteró de las revolucionarias ideas de mecánica cuántica que volaban por los pasillos y se sumergió por completo en ellas. Reflexionaba en cómo describir las ondas de los experimentos. En el otoño de 1925, recluido en una cabaña en los Alpes, tuvo un chispazo de genialidad. Combinó magistralmente la ecuación de energía de Einstein con la ecuación de frecuencias de Louis de Broglie y obtuvo una fórmula increíblemente elegante y reveladora. Este gigante de la ciencia era Erwin Schrödinger y lo que escribió fue lo siguiente:
d(psi)/dx2 + (8?2m/h2)(E-V)(psi) = 0
Esta fórmula calcula con extraordinaria precisión la evolución de la onda (psi) que los científicos obtenían en sus experimentos. Su publicación en 1926 sacudió los cimientos de todas las escuelas de física del mundo y llevó a Schrödinger a ganar el premio Nobel en 1933. Hoy es el cimiento de esta disciplina científica. Pero con todos sus honores, no resuelve una pregunta fundamental: ¿por qué desaparece la onda en el instante en que se observa?
Y es que no existe ningún experimento para poder observarla. Cuando se intenta ver, inmediatamente se convierte en partícula. Es lo que se denomina el “colapso de la función de onda”. Obliga a preguntar si la onda es real o solo un artificio matemático para auxiliar a nuestra mente.
La interpretación más común es la llamada “Interpretación de Copenhague”. Según esta visión, la onda no es un objeto físico real, sino solo una serie de probabilidades sobre donde puede encontrarse una partícula en cierto momento. Mientras no se observan, las cosas pueden no existir o existir en todos lados. Las implicaciones filosóficas de esta posición son profundas. Significaría que el universo es solo un conjunto de probabilidades y que el determinismo defendido por los grandes pensadores de antaño, Kepler, Newton y Laplace, es solo una ilusión.
Los proponentes de la “Mecánica de Bohm” creen que la onda sí es algo real, pero contiene propiedades escondidas que aún no entendemos y por ello nos parece misteriosa. Con esta visión, un universo determinista es rescatado apelando a nuestra ignorancia.
La interpretación de “Mundos Múltiples” aduce algo más extraño. Propone que existe una infinita cantidad de realidades paralelas. La onda en realidad no desaparece, sino que cuando medimos las cosas nos damos cuenta en cuál de las realidades vivimos. En las otras existencias, igual de reales, todas las otras posibilidades han sucedido. Dicho de otra forma, existen universos paralelos donde usted es pobre y otros donde es millonario. En una realidad usted se hizo médico, en otra ingeniero, en otra granjero...
Para Schrödinger y Einstein, un universo no determinista era inconcebible. “Dios no juega a los dados”, escribió una vez. Pero experimentos cada vez más sofisticados siguen confirmando que para los componentes más fundamentales del universo solo podemos lidiar con probabilidades. Después de una vida estudiando agujeros negros, el gran Stephen Hawking les respondió póstumamente: “Dios no solo juega a los dados, sino que a veces los tira donde no pueden ser vistos”.
(Aclaración: Ni Einstein ni Schrödinger ni Hawking creían en dios. Lo mencionan de forma alegórica; nada de la física cuántica sugiere la existencia de un ser supremo. Para más detalles visite https://52ecuaciones.xyz).
Ingeniero Aeroespacial
salvadoreño, radicado en Holanda
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