El martes pasado hubo elecciones en los Estados Unidos. A fin de cuentas los republicanos conservan la mayoría en el Senado, y los demócratas dominan en la Cámara de representantes. Para muchos analistas pasó lo que tenía que suceder: el Partido Republicano se fortaleció en el Senado, y los demócratas —ante la carencia de líderes fuertes y aglutinadores— acudieron a fogosos políticos jóvenes identificados con las minorías, para hacerse con la Cámara.
Todos hablaron de victoria. Pero esto, como casi todo en la vida, depende de la perspectiva.
Para los republicanos es un triunfo, pues conservan el control de la política exterior y de las nominaciones. Y para los demócratas un éxito y una premonición de lo que sucederá en las elecciones presidenciales: cuanto más cerca un político está de la gente, más fuerza tienen las minorías.
Sin embargo, también cabe otra lectura: el célebre sistema de “pesos y contrapesos” de la democracia norteamericana goza de excelente salud, por lo que la derrota de los republicanos en la Cámara, más que un rechazo a las políticas internas de Trump, puede ser visto como una afirmación de la confianza en el sistema.
A la luz de los resultados alguien ha escrito que Trump es ahora un “pato cojo” que para avanzar deberá adaptarse a la oposición, si no al obstruccionismo, de una de las dos ramas del Parlamento. Nada nuevo: por lo mismo pasaron Obama, Clinton y George W. Bush y sobrevivieron.
Mientras tanto, los enfervorizados que pedían un “impeachment” se deberán ir tranquilizando, pues aunque la Cámara puede invocar el procedimiento, no se espera que esto suceda, pues hay entre los demócratas algunos que no estarían dispuestos (en vistas a la reelección) a regalar a Trump la etiqueta de político perseguido. Además, suponiendo que la Cámara emplace al Presidente, luego harían falta dos tercios de los votos del Senado, y tal como están las cosas, todo indica que el intento de destitución presidencial no progresaría.
La estrategia de la propaganda de Trump dio frutos, a medias. No se apoyó en los excelentes resultados económicos y de recuperación del empleo que ha logrado desde que tiene la presidencia, quizá pensando que estos hablarían por sí solos y le darían los votos para la Cámara, cosa que al final no resultó así; sino que habló todo lo que pudo de seguridad nacional e inmigración, con la esperanza de que la gente reflexionara y le diera los votos para el Senado, tal como sucedió.
Mientras, en la otra cara de la moneda, el triunfalismo con que los demócratas enfrentaron estas elecciones también les dio resultados a medias: recuperaron la Cámara pero no pudieron hacerse con el Senado. Lo malo para ellos es que, dado el énfasis que pusieron en convertir las elecciones en un referéndum anti-Trump, los resultados fortalecen al Presidente y dejan a los demócratas en una agridulce posición de incomodidad política y sensación de haber ganado, amén de cierta incertidumbre con respecto a las próximas elecciones presidenciales.
Al final, si algo se puede aprender de lo sucedido, es que el voto popular habla, alto y claro. Los norteamericanos (al menos la mayoría) aprueban la política exterior y el sistema de nominaciones de jueces para la Corte Suprema y las Cortes Estatales de su actual presidente; y al mismo tiempo quieren tener una Cámara de Representantes que frene sus políticas domésticas.
¿Qué va a pasar en noviembre de 2020? ¿Logrará el “pato cojo” un segundo periodo en la Casa Blanca? Visto lo visto, es muy prematuro pronunciarse. Por lo pronto, vale la pena mirar y aprender, observar cómo el gran país del norte crece económicamente (y nosotros con él), y valorar —y cuidar— la endeble democracia criolla y su vacilante equilibrio de Poderes.
Ingeniero
@carlosmayorare