Lamentablemente es un título recurrente. Volverá a suceder. Ahora ocurrió en un bar en una localidad de California, donde los jóvenes disfrutaban de una noche de baile antes de que irrumpiera un hombre armado y acabara con la vida de al menos 12 personas.
Las matanzas en lugares públicos son las lágrimas de cada día en los Estados Unidos, donde portar armas y adquirir rifles de asalto es algo normal. La consecuencia de esta saturación de gente armada es el reguero de muertos que dejan las masacres en cines, sitios de recreo, conciertos o escuelas. Una procesión de familiares y amigos que se preguntan cómo pudo ser que sus seres queridos cayeron por los disparos en un país donde es más fácil comprar un arma que un medicamento.
Unos días antes de este último ataque perpetrado en California, con motivo de los comicios legislativos que estaban a punto de celebrarse tuve la oportunidad de entrevistar a Patricia y Manuel Oliver, los padres de Joaquín Oliver, uno de los estudiantes de la escuela Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, que murieron en un tiroteo el pasado 14 de febrero.
Patricia y Manuel forman una pareja jovial y llena de energía. Desde la muerte de su hijo han creado Change the Ref, una organización en defensa del control de armas y en contra del poder que ejerce en la clase política la Asociación Nacional del Rifle (NRA). Antes del 6 de noviembre estaban incentivando a los hispanos a salir a votar. Es una de las muchas actividades que ocupan sus días con el mantra de mantener vivo el legado de su hijo, quien por primera vez habría podido ejercer su derecho al voto.
Ambos son elocuentes y el ímpetu de su activismo es contagioso. Patricia y Manuel reconocen que hasta el día en que sufrieron la pesadilla que se desató en Parkland eran ciudadanos que no llevaban por bandera ninguna causa particular. Pero la pérdida insondable de Joaquín los cambió para siempre. Hoy no conocen la tregua ni el descanso, porque recorren el país con la misión de revertir el orden de un despropósito que le arrancó la vida a 17 muchachos que estaban a punto de dejar atrás el cascarón de la adolescencia para salir al mundo. Su propio hijo llevaba en la sangre la vena artística de sus padres. Los grandes murales eran su pasión y hoy su padre los sigue pintando con la imagen incandescente del chiquillo que se les escurrió en el instante de una ráfaga letal.
El día que conversé con Patricia y Manuel me dijeron que un día después de las elecciones su cruzada continuaba porque es su deber seguir de cerca a los políticos que han prometido generar cambios; y también a los que continúan vinculados a los intereses del NRA y se resisten a admitir algo muy simple y de cajón: no hay cabida en una sociedad abierta del primer mundo para la obscena proliferación de rifles semiautomáticos.
Las horas del día no les bastan a Patricia y Manuel Oliver, dos soldados de la paz en medio de la guerra de balas que agujerea al país de una punta a la otra. Cuando despiertan cada mañana para ellos la existencia es un libro con páginas en blanco que a cada paso escriben, proclaman y dibujan con la imagen imperecedera de su hijo. Por él, por sus otros compañeros muertos y por los chicos que sobrevivieron a la matanza, han atravesado todos los desiertos de la demagogia más oportunista.
La falta de su hijo despertó en ellos una conciencia que abarca distintas causas porque han aprendido que la empatía tiene un efecto benéfico que irradia como la luz del sol. Este matrimonio lo da todo por que acabe la orgía armamentista y hace proselitismo para que los hispanos salgan a votar y tengan peso en la sociedad en la que viven. Cuando charlamos en víspera de los comicios fue inevitable la mención de la caravana de migrantes que recorre México rumbo al Norte y los descalificativos que el presidente Donald Trump les ha dedicado, tildándolos entre cosas de “asesinos”. Manuel Oliver, que es lúcido y vivaz, señala la falacia de ese discurso antiinmigrante, pues a Joaquín lo mató un hombre blanco americano.
Cuando Patricia y Manuel hablan y recuerdan a su retoño sus palabras nacen de la serenidad (que no de la resignación) y en sus sentimientos no aflora la sombra de la amargura. Cuando los escucho me siento empequeñecida, segura de que mi ánimo no alberga tanta fortaleza para la heroica y generosa tarea de hacer de la muerte de Joaquín un monumento a la fuerza de la vida. Si por ellos fuera, nunca más volvería a suceder.
Periodista
Twitter: @ginamontaner