Ver la ciudadanía en el ojo ajeno

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06 November 2018

El presidente Donald Trump ha tomado carrerilla en las últimas semanas y el ritmo de su inflamada retórica ha entrado en una espiral que mantiene insomnes a quienes en los medios se especializan en contrastar sus comentarios con los hechos. Se trata del minucioso oficio de quienes elaboran lo que en inglés se conoce como fact check.

De todas las afirmaciones que el mandatario ha pronunciado con contundencia, una de las que más llama la atención es la de su intención de abolir la ciudadanía por nacimiento de los hijos nacidos en Estados Unidos de padres no ciudadanos o indocumentados. Se trata de un derecho que contempla desde hace 150 años la Enmienda 14 de la Constitución, la cual se adoptó tras finalizar la guerra civil y permitió que los esclavos liberados nacidos en territorio estadounidense tuvieran la ciudadanía.

Además de proclamar su propósito de darle carpetazo a este derecho por medio de una orden ejecutiva, el presidente aseguró que su país es el único del mundo que tiene ciudadanía por nacimiento, cuando lo cierto es que más de una treintena de naciones también lo ha adoptado. Poco después los fact checkers se dieron a la labor de discernir las fabricaciones de los hechos.

Según Trump, con esta promesa pretende acabar con el “abuso” de quienes “vienen, tienen aquí un bebé y ese bebé luego es un ciudadano 85 años con todos los beneficios”. Sus palabras sobre las supuestas intenciones de los que emigran, inevitablemente ponen en primer plano a su propia familia: su madre, Marie Ann MacLeod, huyendo de la pobreza emigró de Escocia a los 17 años para desempeñar tareas de empleada doméstica y en Nueva York se casó con el padre del mandatario, cuyo origen se remonta a Alemania. Mary Ann obtuvo la ciudadanía estadounidense en 1942.

La historia de la madre del presidente se asemeja a la de tantas mujeres extranjeras que se han abierto camino y han tenido descendencia en Estados Unidos. Si por una casualidad de la vida Trump hubiera sido el fruto de la unión entre dos inmigrantes, habría gozado igualmente de la ciudadanía por nacimiento en el país que en su día acogió tanto a su rama paterna como materna.

Si hay algo que resulta desconcertante es escuchar un discurso excluyente de alguien que se ha beneficiado de una forma u otra de lo que pretende desterrar por considerarlo nocivo para el conjunto de la sociedad. En una nación que es un crisol de razas, culturas y religiones forjada por diversas oleadas migratorias, la exaltación del nativismo, una política que pretende proteger los intereses de los nativos frente a la supuesta amenaza que representan los inmigrantes, es otra manera de disfrazar los sentimientos xenófobos a partir de una peligrosa falsedad: que hay unas personas más “puras” que otras a las que hay que salvaguardar del “avance” foráneo.

¿Cuándo dejó de ser beneficioso para los Estados Unidos el aporte de los emigrantes? ¿Acaso después de que el abuelo paterno del presidente abandonara Alemania para asentarse en el nuevo continente o tras la llegada de su propia madre, la laboriosa Mary Ann? El mandatario está casado en terceras nupcias con una modelo, la Primera Dama Melania Trump, que emigró de Eslovenia siendo adulta y cuyos padres han podido acogerse a la ciudadanía estadounidense. En cuanto a su primera esposa, se trata de una checoslovaca que primero vivió en Canadá antes de emigrar a Estados Unidos. Por eso, la arenga nativista en nombre de una aparente salvación del terruño antes de la “inminente invasión” de una caravana de migrantes centroamericanos que ahora atraviesa México, tiene más de panegírico electoralista que de tesis fundamentada en datos fehacientes.

Pero sí hay un denominador común entre al bisabuelo alemán, la madre escocesa, los suegros eslovenos y la primera ex esposa checa que los diferencia de los centroamericanos que escapan de la miseria y la violencia: todos son europeos de tez pálida. El propio Trump ha llegado a decir que, si pudiera elegir, le gustaría darles la bienvenida a emigrantes noruegos que, por otra parte, no tienen la menor intención de sumarse a éxodo alguno porque viven muy a gusto en el próspero país escandinavo.

No faltan los aplausos a la promesa del presidente de acabar con la ciudadanía por derecho de nacimiento, y entre quienes lo respaldan hay hijos de extranjeros o emigrantes que llegaron por motivos económicos, políticos o una combinación de ambos factores. Al igual que Trump echan un tupido velo sobre su propia historia. Tarde o temprano los infatigables fact checkers pondrán las cosas en su sitio.

Periodista

Twitter: @ginamontaner