Se dijo en estas páginas que los partidos políticos representados en la Asamblea deberían ponerse de acuerdo para elegir pronto a los magistrados de la Sala de lo Constitucional. Pero cómo se puede lograr esto si algunos de ellos, como los efemelenistas y sus aliados, se portan como sectas que no ven más allá de sus intereses.
La ceguera política es tan fatal como la religiosa, de la cual la historia registra tragedias como la de Jim Jones, que en 1978 se llevó a la tumba a más de 800 seguidores; la masacre de David Koresh en Waco, Texas, en 1993, o los talibanes, que tenían de rehén a todo un país, Afganistán, e impusieron una desquiciada teocracia por varios años.
En estos 10 años ha sido evidente, para el caso, que los efemelenistas y sus aliados no han podido hacer a un lado los intereses del partido y trabajar por los del país, sino que quieren mantenerlo con una camisa de fuerza. Esto es como los monarcas absolutistas del pasado que en su persona eran individuos pero a la vez Estado, reino, lo que llegó a su fin con la Revolución Francesa, aunque Francia y el mundo continuaron teniendo reyes, algunos que desempeñaban funciones propias de un Estado, otros constitucionales, obedientes a una Constitución, como son los monarcas ingleses desde la adopción de la Carta Magna en 1215.
El desafío siempre es que la persona, en una república o un reino constitucional, asuman como funcionario —ministro, cabeza de una dependencia, embajador, entendiendo y cumpliendo donde comienza su desempeño publico y termina su fuero individual, lo que en ocasiones se pone a prueba con el nepotismo, asignar cargos a parentelas y amigatelas.
Pero esto que en países del Primer Mundo y en muchos del Segundo es una separación clara e indiscutible, en las dictaduras se borra: Chávez, como los Castro, se creían la encarnacion del Estado, ser “Cuba” o “Venezuela”, como Perón llego a creer que era lo medular de Argentina.
Un ejemplo extraordinario lo dio el general De Gaulle, que encabezó la Resistencia Francesa en el exilio, cuando Francia estaba ocupada por los nazis, y que casi naturalmente asumió sus funciones como el líder natural de Francia liberada hasta que un referendo le fue contrario y él renunció, un noble cierre a una extraordinaria carrera personal como soldado y estadista.
En las democracias, el esplendoroso legado de la Civilización Occidental al mundo, los gobernantes entregan el poder con donosura: el más reciente ejemplo es el de Angela Merkel, la canciller alemana, que anunció que no se presentara como candidata en la próxima convención de su partido, el CDU, agregando que no nació como canciller y eso lo recordó en cada uno de los días que desempeñó el cargo. E igualmente ha habido traspasos de presidentes a presidentes, de primeros ministros a primeros ministros.
Los mesiánicos engañan y luego atacan
La regla se rompe con los mesiánicos, los dictadores. Erdogan pisoteó la tradición turca que fue la gran herencia de Ataturk para su patria, como Putin ha echado abajo lo que tanto sufrimiento costo levantar, una democracia en Rusia.
Ya Ortega y Gasset lo señaló en La Revolucion de las Masas: cuando iba asentándose en Occidente la cultura democrática, aparecieron los demagogos, los mesiánicos, los que se creen en poder de la sabiduría , los enloquecidos por el poder que no vacilan en convertirse en los verdugos de sus semejantes... Son los inventores de “nuevas justicias” y los que echan mano del odio de clases y la xenofobia para adelantar sus fines.
Son basura moral, prepotentes, despiadados, incapaces de ver el sufrimiento que sus actuaciones causan, de la ruina que van sembrando a su paso.
El demagogo se vale del casi nulo discernimiento de las mayorías poblacionales para luego caer encima como los buitres sobre la carroña.