Sin temor a equivocarme, me atreveré a afirmar que la presente campaña electoral es la más sucia vista hasta ahora, pues todos hemos sido testigos de ataques a las familias de los políticos y sus simpatizantes, ataques que rayan en lo inhumano y vil, donde queda claro que algunos están dispuestos a recurrir a lo que sea, para intentar obtener sus objetivos.
Si bien, es aceptado poner en evidencia ante la opinión pública, errores o malos manejos comprobados que algún candidato haya cometido en el desempeño de algún cargo, la población rechaza contundentemente cuando alguno de ellos acude a las descalificaciones personales, especialmente cuando no tienen nada que ver con el comportamiento público.
Aunque pareciera que todos los partidos políticos que participan de esta contienda electoral, comprenden la importancia de la misma, pocos han entendido que embestir a los contrincantes, no abona en nada al deseo que todos tenemos para vivir en armonía y paz.
Ejemplos sobran de cómo en algunos casos, las campañas sucias terminan afectando mucho más a quien las lanza, pues no es aceptable renunciar a la decencia por conseguir un fin político, en este caso electoral.
Legalidad y moralidad deben de ser ingredientes que predominen en la campaña presidencial, entre más basura se lance en este tiempo, más se afectará la gobernabilidad para quien resulte electo.
Los ciudadanos aspiran a escuchar propuestas, no ataques personales; una campaña que presente proyectos que generen ilusión, que den esperanza; los salvadoreños quieren ver esos ofrecimientos en debates que permitan que más personas conozcan las ofertas de los distintos candidatos.
Una buena campaña política lo será en la medida en que se transmita más, no que se ofenda más. Mal hacen los candidatos en promover más polarización de la existente, mal hacen en impulsar un ambiente agitado, violento y volátil.
Los candidatos, sin excepción, deben pensar y plantearse qué tipo de gobernabilidad desean, de alcanzar el ansiado triunfo.
Es en este momento cuando deben demostrar que no son politiqueros, que poseen la estatura intelectual y la inteligencia emocional necesaria para manejar el complejo momento que representa una campaña y reconstruir un país.
En este punto también es necesario y urgente, hacer un llamado a quien le corresponde ejecutar la legislación electoral, así como a los candidatos a cumplirla.
Más que una guerra sucia, lo que debe prevalecer en esta campaña es la posibilidad de que los votantes conozcan mejor a sus candidatos, sus cualidades y sobre todo sus propuestas. Ojalá nunca nos veamos obligados los legisladores a crear más reglas contra las campañas sucias.
Ojalá se opte por una campaña ética y transparente, de respeto entre los contendientes, porque al fin y al cabo y como afirma la cita bíblica: el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Diputada