Me lo contó una joven salvadoreña radicada en Canadá. Mientras estudiaba en una universidad del este de dicho país, una tarde dejó olvidada en una banca del campus su computadora. Era una laptop Apple nueva, que le había costado $1,200. No fue hasta la noche en que se dio cuenta de su olvido y, por supuesto, durmió poco. Al día siguiente regresó al lugar, más como una diligencia necesaria que con la esperanza de recuperarla. Su sorpresa fue enorme al encontrar su computadora en la banca, sin que nadie la hubiera tocado. Por el lugar pasan cientos de personas todos los días, estudiantes, maestros, personal, y la computadora estaba completamente a la vista. “Estuvo allí toda la tarde y toda la noche, la habrán visto muchos. Increíble”, me dijo ella. “Increíble”, repetí yo.
La semana pasada una compañera de trabajo fue a cenar con unos amigos a un reconocido centro comercial de San Salvador. Cuando regresaba al parqueo se dio cuenta de que había dejado su teléfono celular en la mesa del restaurante. Regresó a toda prisa y el teléfono había desaparecido. “Fueron menos de tres minutos desde que nos levantamos. Nadie había visto nada”, dijo.
Resulta interesante —y triste— el contrastar estas dos realidades y ver como algo insólito el primer caso y como algo esperado el segundo, cuando debería ser lo contrario. Pero a este nivel de distorsión hemos llegado los salvadoreños, que nos hemos acostumbrado a cosas muy negativas.
Respetar lo ajeno, no tomar lo que a uno no le pertenece, son normas de conducta elementales que debieran están bien arraigadas desde la niñez, pero para muchos no lo están. Pareciera que en lugar de esto se maneja la percepción de que el derecho a la propiedad es algo relativo, que las cosas se pueden obtener sin que hayan costado y que si se presenta la oportunidad de obtener algo de cualquier forma, hay que aprovecharla. La honradez ha perdido prestigio y el oportunismo y la viveza son tomadas como cualidades.
El nivel de civilidad de un país está determinado por el grado de respeto a los derechos de los demás. Lastimosamente esto se ha ido extinguiendo en el nuestro, sustituyéndose por una actitud egocéntrica en la cual las necesidades, los derechos y los sentimientos de los otros cada vez importan menos.
Al observar la situación de los valores en El Salvador de hoy pareciera que algo está muy mal, que en los salvadoreños hay un defecto de fábrica, un gen alterado, transmutado posiblemente de especies depredadoras y oportunistas. Eso es lo que cualquiera pensaría al ver lo que pasa. Pero la situación no siempre fue así; antes la honradez era una cualidad estimada, parte del honor de una persona. La pregunta es si es posible la recuperación, si hay tratamiento. La respuesta es que sí, mediante la educación.
La primera formación se recibe en la familia, por lo que mientras mejor integrada esté las posibilidades de éxito aumentan. Por supuesto que hay muchos casos de madres solteras que crían hijos excepcionales y todos conocemos ejemplos de ello, pero sin duda es más difícil. La segunda línea de formación es la escuela, que puede ser crucial si falla la primera. Aquí la clave es la calidad de los maestros. Invertir en los que enseñan, con preparación, incentivos y reconocimiento social, es una ruta segura a la recuperación. Los canadienses tienen tiempo de venir haciéndolo…
Médico psiquiatra