"A fin de preservar el orden y una continua estabilidad, la República se reorganizará como el Primer Imperio Galáctico para proteger y asegurar a la sociedad", exclamó el senador Sheev Palpatine, ante la mirada de todos los representantes de la República. Con ello, el ahora emperador culminó un proceso en el que, escudándose en la falta de seguridad, fue concentrando poderes.
Ahogados en miedo y convencidos del discurso agresivo pero carismático de Palpatine, los representantes de las provincias de la República perdieron la confianza en su institucionalidad y no dudaron en cederle poderes al autoproclamado emperador. Sus temores y frustraciones fueron hábilmente capitalizadas.
Entre las celebraciones, alguien expresó su preocupación. La senadora Padme Amidala de Naboo, al ver el regocijo con el que sus colegas aprobaban la concesión de poderes extraordinarios, dijo: “Entonces así es como muere la libertad, en medio de un aplauso estruendoso”.
Este es un extracto del Episodio III de la Guerra de las Galaxias, “La venganza de los Sith” (2005), y pese a que está ambientado en un universo fantasioso se parece mucho al panorama político que estamos viviendo. En una columna del 1 de junio de 2016 en el Washington Post, el profesor de derecho de Harvard, Cass Sunstein, señaló que el creador de esta popular saga cinematográfica, George Lucas, estudió a profundidad la historia de las transiciones de democracias a dictaduras para sus filmes.
Dos años después, esta realidad es más latente que cuando Sunstein firmó su columna. En ese momento, la candidatura de Donald Trump aún era una mala broma que empezaba a salirse de control. Los ciudadanos británicos aún creían que era absurdo salirse de la Unión Europea, Brasil no había consolidado su apoyo electoral por un candidato neofascista… y en El Salvador no se veía tan clara la tentación por decantarse por la antipolítica.
El pasado domingo, Brasil dio un arriesgado paso al elegir en segunda vuelta al radical Jair Bolsonaro como su nuevo presidente. Este personaje, que gobernará la primera economía de Latinoamérica, supone riesgos no solo a su país, sino a la confianza en la democracia a lo largo de la región.
Muy similar a lo que ha hecho Donald Trump, el discurso de Bolsonaro es de desconfianza a las instituciones, repudio a un sistema de frenos y contrapesos, apología a la concentración de poder y una melancolía por los tiempos de violencia política. Tan es así que el ahora presidente electo brasileño ha hecho comentarios lamentando que la era de gobiernos militares de su país (1964-1985) solo hubiera torturado, mas no matado, a sus opositores.
Mucho se ha dicho de los límites que estos líderes enfrentan en sus países, destacando que pese a su ánimo despótico, esto no necesariamente se transformará en políticas públicas o leyes dictatoriales, pero hay otro riesgo gravísimo: la erosión de la confianza y la aceptación de la democracia.
Es diferente que un grupo de funcionarios de partidos radicales, en la periferia política, repitan cantaletas antidemocráticas a que lo haga un presidente desde su privilegiada plataforma. Con ello, no necesariamente son ellos quienes ejecutan la violencia, pero sus seguidores más extremos se sienten validados, empoderados y hasta protegidos para hacerlo.
Para muestra un botón: la organización Reporteros sin Fronteras informó la semana pasada que la Asociación Brasileña de Periodistas de Investigación (Abraji) ha registrado 141 denuncias de amenazas y acoso a periodistas de ese país. En su mayoría, las víctimas han sido críticos del nuevo mandatario.
Nada confirma que sean círculos oficiales los perpetradores de la violencia, pero la retórica incendiaria de personajes como Trump o Bolsonaro motivan a fanáticos a actuar. Todo esto, mientras sus ídolos siguen creciendo en popularidad, pues la libertad, como dijo Padme, muere entre aplausos.
Estas palabras se dicen sobre Pedro para que entienda Juan. En El Salvador también tenemos “líderes” que dedican esfuerzos a despotricar contra el sistema democrático y a denunciar que este actúa contra ellos siempre que no favorece sus movidas. “Líderes” que desprestigian a la prensa y fundan sus propios medios para repetir mentiras y aduladoras notas sobre ellos mismos. “Líderes” que además están ganando cada vez más aplausos.
Como han dicho numerosos académicos, este no es un cambio a una era de desconfianza en la democracia. Es una consolidación de este peligroso escepticismo que culmina en la validación de falsos y peligrosos mesías. Entre aplausos, eso sí.
Analista político