¿Y si nos vamos todos pa’l Norte?

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29 October 2018

Si le preguntásemos al centroamericano promedio ¿cuál es su sueño más codiciado?, la respuesta sin duda sería “irme pa’l Norte”. La caravana de hondureños que recientemente atravesó nuestro país es prueba de ello.

Al menos unas dos mil almas salieron de San Pedro Sula, a pie, dispuestas a recorrer un sudoroso y esforzado Vía Crucis, con tal de alcanzar su sueño: llegar a territorio norteamericano. En el imaginario colectivo latinoamericano, Estados Unidos es una tierra con características casi bíblicas. Un lugar en el que la tierra mana leche y miel; en donde se puede caminar por aceras limpias, sin la amenaza de las maras, y en donde policías y jueces, realmente cumplen la ley, mientras los gobernantes son probos, respetan el Estado de Derecho y no roban al pueblo. Para nosotros, casi casi, es la tierra de Jauja.

Es más que comprensible que todos queramos alcanzar ese sueño de vivir en un país en el que se pueda gozar de buenos servicios públicos, seguridad brindada por el Estado, educación gratuita y de buena calidad, áreas públicas limpias, bonitas y seguras; pero ¿es legítimo que violemos la ley para alcanzar ese sueño?

Si fuéramos neandertales, podríamos deambular de aquí para allá. Nuestras correrías solo serían limitadas por el frío, la lluvia o el calor. Podríamos vagabundear a voluntad, atravesando desiertos, ríos o montañas. Nada lo impediría, ya que viviéramos en una tierra agreste y salvaje; sin fronteras, visas, ni oficiales de inmigración; pero la realidad es que, desde la Primera Guerra Mundial —la cual nos heredó esa simpática libretita que llamamos “pasaporte”— las políticas migratorias son parte inherente de la soberanía de los países.

Es cierto que en algunos casos no lo parece, pero la realidad es que ya no somos neandertales. Ahora, luego de muchas guerras, superación de injusticias y avances sociales, vivimos en un mundo ordenado por leyes y reglas de convivencia, que implican, entre otras cosas la obligación del respeto al orden legal y constitucional de los países. Esas leyes se deben respetar para garantizar la convivencia civilizada y pacífica entre personas y entre naciones; no hacerlo, equivaldría a dar un paso atrás y regresar a la barbarie de épocas primitivas, en las que imperaba la ley del garrote. No respetar la ley es animalizarnos.

Las leyes migratorias no siempre son justas, pero son leyes y, como tales, las tenemos que obedecer. Los costarricenses invocan su ordenamiento legal interno, para detener las oleadas de nicaragüenses que huyen de la pobreza, represión y falta de libertades, derivadas de la tiranía orteguista. Los nicaragüenses impidieron a su vez el paso por sus tierras a ciudadanos cubanos que escapaban del manicomio castrista. Nosotros, los salvadoreños, hemos detenido en todas nuestras fronteras a ciudadanos chinos, africanos y sudamericanos, en su ruta para alcanzar el sueño americano. Actuar de otra forma, es decir, abrir nuestras fronteras sin control, sería una invitación al caos.

¿Qué pasaría si ciudadanos haitianos —quienes viven una situación económica y de criminalidad, aún peor que la salvadoreña— decidieran hacer su “propia caravana” para atravesar el océano, buscando la protección del gobierno salvadoreño? ¿Les permitiríamos entrar así por así? La respuesta no es tan simple como parece. Invocar “derechos humanos” no resuelve la tonelada de problemas prácticos, legales, de seguridad interna y económicos que enfrentan los gobiernos, cuando ocurren oleadas de inmigrantes. Me parece una enorme hipocresía exigir al gobierno de Estados Unidos que brinde unos beneficios que nosotros, simplemente, no estaríamos dispuestos a conceder a otros migrantes.

La inmigración centroamericana y especialmente, la salvadoreña es dramática: divide familias, hace que perdamos ciudadanos talentosos, perdemos fuerza de trabajo, etc. Pero la realidad es que los gobiernos de la región, la han alentado al no solucionar las razones que la provocan: crimen, pobreza y exclusión. El problema real no es la política migratoria del Presidente Trump, el problema radica en los malos gobiernos de nuestros países.

Estamos a escasos meses para celebrar las elecciones de 2019, espero que no nos volvamos a equivocar, sino, todos vamos a seguir soñando con “irnos pa’l Norte”.

P.D. Si vuelven a ganar los populistas, enemigos del Estado de Derecho y la democracia, el último en salir, que apague las luces por favor.

Abogado, máster en Leyes

@MaxMojica