Romero: de Santo a Santo

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13 October 2018

Óscar Arnulfo Romero Galdámez fue arzobispo de San Salvador desde el 22 de febrero de 1977 hasta su muerte, el 24 de marzo de 1980. En tiempo, un poco más de tres años, que muchos de sus defensores comparan con el tiempo de predica terrenal de Jesús. Desde el principio y en claro compromiso con su vida pastoral: “Monseñor Romero es obispo y mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico del reino de Dios, reino de justicia, fraternidad y paz”. Tal como el Papa Francisco, lo describió durante su beatificación el 23 de mayo de 2015.

Probablemente a ningún santo antes de Monseñor se le ha conocido con tantos epítetos o adjetivos calificativos. Tanto sus detractores como defensores, han propuesto nombres con los que se le conoce: “Mártir antes, durante y después de su muerte”, “Profeta en su tierra”, “profeta, pastor y mártir”, “el santo de América”, “Mártir por ser profeta, santo por ser mártir”, “Monseñor, el santo de los marginados”, “San Romero de América”, “San Óscar Romero” y el simple pero conocido “Monseñor”, haciendo de este cargo que la Iglesia le otorgó, el sinónimo no solamente de su nombre si no de la actividad que caracterizó su vida y obra. La lista es larga y quizá a ningún otro santo se le hayan acreditado tantos calificativos. Lo que sí es incuestionable es que se trata del “Primer Santo Salvadoreño” y el “Primer Obispo Mártir después del Concilio Vaticano II”.

Aun cuando hay detractores y defensores de Monseñor Romero en la población salvadoreña en general, también nos encontramos con aquellos que están de acuerdo y los que son contrarios con su canonización y que se consideran cristianos y miembros activos de la Iglesia que ahora lo hará santo. Incluso con la presencia activa de los detractores y protectores de la memoria del santo, sigue siendo difícil encontrar a alguien, cristiano o no que sea indiferente a la vida y ejemplo de Monseñor Romero. Lo que se ha vuelto cada vez más difícil es que se deje de usar y abusar de la memoria del próximo santo. De acá el término “Monseñor Romero, mártir antes, durante y después de su muerte”.

Se le ha intentado vincular con la Teología de la Liberación, pero sus detractores no han podido hacerlo, pues Monseñor era un pastor encargado de cuidar de su diócesis, su pueblo y no un teólogo de la liberación. No se ha encontrado un escrito de él que lo vincule con esta forma de ver la teología, tampoco aparece en ningún escrito de la Teología de la Liberación.

Podemos apreciar el pensamiento pastoral de Monseñor Romero en sus homilías, cartas pastorales y en su diario. En ellos se observa un apego al Magisterio de la Iglesia, a la Doctrina Social de la Iglesia y vislumbramos como él intenta ser un fiel seguidor del Evangelio de Jesucristo. Su obra pastoral es tan extensa que aún se encuentra pendiente el determinar qué tipo de teología pastoral subyace el pensamiento de Romero; sin embargo, esta deberá contener la esencia de su pensamiento eclesial cuando mencionaba que “la Iglesia es el Soplo Divino sobre el barro humano”.

Para los teólogos, académicos involucrados en el estudio del pensamiento de Monseñor Romero, la opinión es que la reflexión pastoral del santo es tan extensa e intensa, que después de su canonización tendríamos que ver venir el ansiado avance a Doctor de la Iglesia, título que se le otorgaría por primera vez a alguien en América Latina; esto sin duda para hacer justicia a la forma de hacer iglesia que Monseñor Romero había definido y defendido.

Sin embargo, para la feligresía que vive el día a día, con las necesidades y problemas habituales, lejos de los centros académicos de teología, ahora más que nunca la esperanza está puesta en que la jerarquía de la Iglesia se convierta en la Voz de Romero, para colocarse del lado de la justicia, de los pobres, de los vulnerables y los marginados. Solamente así haremos realidad la función real de los santos: servir de modelo y ejemplo para nuestra Iglesia Peregrina por la tierra.

Médico y Doctor en Teología