San Romero

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12 October 2018

Si uno se dejara llevar por corrientes de pensamiento sesgadas, o por la simple ignorancia de los hechos, con facilidad —y simpleza— podría concluir que Monseñor fue asesinado porque representaba una seria amenaza para los privilegios de clase de sus asesinos. Sin embargo, si esa hubiera sido la única razón de su muerte, la Santa Sede no habría reconocido como mártir al —desde mañana— santo. Todo sería bien diferente si las causas de su asesinato hubieran sido simples condiciones de conveniencias políticas, sociológicas o económicas, y no el amor a Dios que lo impulsó a no escatimar en servicio de todos el don más grande que los hombres tenemos: la propia vida.

Monseñor fue asesinado por su amor a la justicia y su profundo amor por los más necesitados. Por su fe creída y por su fe vivida. Por una fe con obras. Entonces, cae por su peso, que precisamente es la fe cristiana que sostenía su vida la que promueve en él ese amor a la justicia y amor por los más débiles que encarnaba; y que quienes tomaron las armas para matar al Pastor no lo odiaban por ser quien era: un clérigo, un obispo, sino por lo que su vida y sus palabras representaban: la entrega al prójimo hasta el extremo, imitación de Aquél que dio su vida todos los hombres.

Paulatinamente ha ido quedando clara una idea que se barajó desde el principio por personas expertas, y que en el lapso entre su beatificación y canonización ha ido saliendo a luz y resplandeciendo con fuerza: no fue asesinado por promover la teología de la liberación (de la cual no era partidario), ni por estar a favor de los grupos revolucionarios (que no lo estaba), como tampoco por ser un “buen tonto útil” (que de tonto no tenía un pelo) engañado por los intereses del comunismo internacional.

San Óscar Romero fue asesinado por predicar y por seguir a Cristo, defender a los más pequeños, ponerse al lado de los que sufren sin mirar colores políticos o ideologías, ser la voz de los que no tenían voz y buscaban la justicia, con fidelidad al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia. Fue martirizado por dar supremo testimonio del Dios de la vida, del Dios que veía reflejado en los ojos de los que padecían injusticia y necesidad.

Si la Iglesia incluye a algunos fieles en la lista de los santos, es para animar a todos, a los hombres y mujeres de buena voluntad sean cristianos o no, a conocer la vida de estas personas, imitarla, y acudir a su intercesión.

Afirmar el martirio no es, en rigor, ni exculpar ni condenar a los asesinos, sino principalmente exaltar y hacer más visible, al mismo tiempo, la riqueza del Evangelio y la grandeza de los límites a los que el amor al prójimo pueden hacer llegar a hombres que, como Monseñor, tienen el Amor de Dios como la médula de su vida.

Es inevitable que todos veamos las cosas con la óptica de nuestros intereses, y por eso no es de extrañar que quienes acostumbran a opinar desde los extremos intenten llevar a su terreno —extremista— la muerte y canonización del Pastor. Como también es cierto que es un grave error juzgar realidades fuera de contexto; como por ejemplo, querer comprender hechos espirituales exclusivamente desde la política, la lucha de clases o los intereses personales.

Lo mejor es siempre apuntarse al bando de los sensatos, de los que son capaces de reconocer el valor de los méritos de Óscar Arnulfo Romero por encima de los defectos de sus asesinos, y procurar —al menos— conocer un poco más de la vida, de los dichos y hechos auténticos y no filtrados por prismas ideológicos, de este salvadoreño universal.

Ingeniero

@carlosmayorare