Son tiempos difíciles en Estados Unidos. La nación está muy dividida y los sentimientos se encienden como bengalas en un campo de batalla. Los impulsos ya no son tanto por lo que uno cree, sino en contra de lo que nos ofende. Dos bandos insalvables y no parece que haya tregua a la mitad del camino.
Para quienes luchan por sus causas en medio de la polarización y los desencuentros, hay ocasiones en las que la frustración vence a la convicción de que el cambio sólo se genera poniendo manos a la obra. Pero un hecho reciente demuestra que, lejos de lo que puedan decir los escépticos o los cínicos, el activismo da frutos. La historia está llena de instantes trascendentales marcados por una acción que cambió el curso de los acontecimientos.
Podríamos citar el momento en que Rosa Park, desafiando las leyes racistas que a finales de los Cincuenta condenaban a los negros al Apartheid, se negó a sentarse al fondo de un autobús para cederle su asiento a un blanco. O cuando la pareja formada por Mildred y Richard Loving luchó hasta que la Corte Suprema de Estados Unidos reconoció en 1967 la legalidad de las uniones interraciales. Un año después manifestantes gays se enfrentaban a la policía en el histórico bar Stonewall, en el West Village de Nueva York, para exigir que acabara la discriminación por su orientación sexual. Son unos pocos ejemplos de la sangre, sudor y lágrimas que cuesta batallar para derribar injusticias y prejuicios.
Bien, hasta el día de hoy el valor de una acción en el momento y el lugar precisos puede ser incalculable. Eso fue lo que sucedió el pasado 28 de septiembre, cuando ya se daba por bueno que los republicanos del comité judicial del Senado votarían en bloque a favor de la confirmación del juez Brett Kavanaugh. Sin embargo, se produjo un giro inesperado en el espacio reducido de un ascensor.
A pesar de las serias dudas sobre la integridad de Kavanaugh en relación a las acusaciones de abuso sexual por parte de la profesora Catherine Blasey Ford, quien asegura que intentó violarla cuando eran adolescentes, el senador republicano Jeff Flakes había manifestado que votaría a favor del nombramiento. Pero todo cambió cuando fue abordado por dos mujeres al entrar a un elevador el día de la votación.
Hasta ese momento Ana María Archila y María Gallagher eran relativamente desconocidas, aunque su activismo no era un secreto. Las dos han sido víctimas de abuso sexual y se dedican a ayudar y defender a mujeres que, como ellas, han sufrido este tipo de atropello. Según datos del National Sexual Violence Resource Center, una de cada tres mujeres en Estados Unidos es víctima de violencia sexual en algún momento de su vida.
Sin la presencia de periodistas o si hubiera ocurrido antes de la era de los móviles y las redes sociales con su divulgación instantánea, posiblemente nunca habría trascendido este encuentro, en el que Gallagher le preguntó al senador si podía vivir en paz con su conciencia, ignorando las cuitas de las mujeres que cargan con el dolor de haber sido víctimas de abuso sexual.
Flake, que es un hombre de talante sereno, se paralizó ante una desconocida que le imploraba y le exigía que la mirara a los ojos. Podía darle su voto ciegamente a Kavanaugh, pero ellas estaban allí para recordarle que hacer oídos sordos a tantas mujeres que han sido mancilladas puede pesar toda la vida.
Poco después el senador por Arizona le pidió a su partido que apoyara una investigación del FBI para al menos indagar lo que sucedió hace más de treinta años cuando, según ha sostenido Blasey Ford, Kavanaugh pretendió tener relaciones sexuales con ella sin su consentimiento. En una pesquisa que tomó menos de una semana difícilmente se llegaría a resultados concluyentes, pero Kavanaugh, que en la audiencia se mostró iracundo y desafiante, no se sentaría en la Corte Suprema cómodamente y ajeno a las acusaciones de las que es objeto.
Ana María Archila y María Gallagher consiguieron su propósito: sacudir conciencias. Aprovecharon la oportunidad para afrontar a un político y pedirle respuestas. Y allí estaban las cámaras y los micrófonos para que las imágenes dieran la vuelta al mundo y quedaran archivadas como un instante que cambió el rumbo de los hechos.
Fueron cuatro minutos de eternidad para Jeff Flakes. Cuatro minutos de gloria para dos activistas.
*Twitter: @ginamontaner Periodista.