No es santo de mi devoción

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05 October 2018

Aunque mi memoria no lo tiene tan claro, creo que de niño asistí a algunas misas en latín con el sacerdote oficiando de espaldas a nosotros los fieles. Recuerdo las grandes cruces sobre las espaldas de los sacerdotes mientras oficiaban y las expresiones “Pater Noster”, “Kyrie eleison”, “Ora pro nobis”… se me hacen familiares, no sé si por haberlas escuchado en misa o leído en las guías impresas en papel que ya se usaban. Internet me ayuda a creer que sí escuché alguna en latín cuando informa que no fue hasta el 7 de marzo de 1965 cuando el entonces Papa Pablo VI celebró la primera Eucaristía en italiano y no latín. La Iglesia había pasado por su Concilio Vaticano II que introdujo también el gesto de que nos diéramos la paz entre nosotros, lo que sentía que me acercaba más a mis amigos durante el tercer ciclo y bachillerato. Se las deseaba en verdad, con intensa emoción adolescente, además.

En todo caso, durante la primaria casi cada sacerdote que conocimos en el colegio era español. “Oradz hermanosh”, “tomadz y comedz todoshh de Él…”, “…el calizzzz en Shus shantash y venerablesh manosh…”, “La paz del Señor eshté con voshostrosh”. Por ese sincretismo infantil llegué a pensar que el castellano, pronunciado y conjugado “a lo español”, habría sido el idioma usado originalmente por el Señor. Recuerdo que sonaba todo más religioso y sacro, con las prolongadas zetas, los voshotrosh, los tomadz y comedz en la peculiar pronunciación española. La llegada del padre Francisco Estrada, santaneco de origen, ayudó a hacerme la misa más cercana. La inclusión de canciones en la liturgia tornó más alegre y menos mustia la celebración. “Te ofrecemos, Señor, nuestra juventud…”, era de las que más me gustaba y cantaba. Todavía.

La frase con que titulo este artículo la usábamos los salvadoreños para referirnos a personas que no eran de nuestro agrado. Se me antoja originada al término de alguna acalorada discusión en España o en Italia, países que cuentan muchos santos en el Santoral y que se pueden dar el lujo de elegir éste o aquél para depositar en ellos su devoción. La declaración de santidad la hace el Papa sólo después de un proceso de investigación exhaustiva de la vida de la persona implicada. Es un verdadero procedimiento judicial que antes incluía al “abogado del diablo”, expresión que todos entendemos como aquel que peleará por que el juicio no termine en la declaración de santidad.

¿Por qué, entonces, si se sabe que los procesos de canonización de la Iglesia son tan detallados y cuidadosos, se escucha decir ahora a personas –que se dicen católicas– que se niegan a aceptar la próxima declaración de santo para el único salvadoreño que lo ha conseguido? ¿No sugiere ello cierta arrogancia y hasta petulancia de sentirse por encima de los procesos de una institución tan longeva como la Iglesia Católica? El argumento principal que se esgrime es que su discurso era político. ¿No han revisado cuidadosamente los escritos y homilías de Monseñor Romero dentro de este proceso por personas más informadas, pacientes y entregadas que nosotros? ¿Será que Monseñor Romero transgredió los límites de la doctrina de la Iglesia o que asumió el difícil papel de líder que le tocó jugar en sus tiempos? Porque ser líder no es solo asumir los privilegios y canonjías que usualmente se otorga al puesto (o que se dispensan a sí mismos algunos que se creen líderes), sino también mostrarse recto ante las dificultades, sobre todo cuando se trata de defender a los más débiles de la grey. ¿No será que El Salvador ha cambiado más de lo que creemos? ¿Qué la Palabra de Cristo se escuchaba de otra manera en aquellos años? ¿Qué durante aquellos años aciagos pedir respeto por la vida era ir demasiado lejos para algunos? ¿Qué tal si, mejor, nos dedicamos a leer desapasionadamente sus escritos? ¿Qué tal si, humildemente, se acepta la decisión papal y se vuelve a leer el Evangelio de la misa del pasado domingo que algo hablaba de atar una piedra al cuello para algunos? ¿Qué tal si, en verdad, empezamos a darnos fraternalmente la paz de una vez por todas?

Psicólogo.