Los ciclos de autoritarismo suelen construirse sobre la base de las emociones y del revanchismo, no de la sensatez. Aunque el próximo miércoles iniciará, formalmente, la carrera presidencial, la retahíla de insultos y descalificaciones hacia los candidatos es el común denominador en las redes sociales desde hace varios meses; como si la campaña se tratara solo de ellos y no de quienes según la Constitución, en su artículo primero, es el origen y fin de la actividad política en El Salvador: la gente.
Hasta este día, los salvadoreños hemos estado excluidos del debate nacional. No son las propuestas para mejorar nuestro bienestar lo que más genera ruido en varios espacios, sino la oportunidad de castigo contra unos u otros en la papeleta de votación, de tal forma que el adversario no se salga con la suya de ser elegido presidente. Pero una vez consumado el castigo y sentado el mal menor en la silla presidencial, surge de nuevo el protagonista ausente: la gente.
En el mediano plazo —al 1 de junio de 2019— el castigo no es la principal necesidad de los salvadoreños, sino vivir en una sociedad justa. A finales del siglo XX, John Rawls planteó una teoría de justicia que unió puentes entre dos valores que para muchos parecían opuestos: libertad e igualdad. La teoría del liberalismo político inicia por responder a un escenario hipotético: ¿en qué tipo de sociedad quisieras nacer si no estás seguro de las condiciones físicas, étnicas, sexuales o socioeconómicas con las que crecerás? A esta premisa de neutralidad completa, Rawls le llamó “el velo de la ignorancia”.
El ejercicio en cualquier salón de clase arroja los mismos resultados: las personas suelen escoger países escandinavos o de la Europa Occidental, donde sus ciudadanos gozan de libertades e igualdad de oportunidades. No suelen ser escogidos aquellos países en los que la libertad es sacrificada bajo la bandera de la igualdad; ni aquellos que son aparentemente libres, pero que sus ciudadanos más empobrecidos no tienen realmente la capacidad de decidir en medio de una eterna búsqueda por la supervivencia, como en El Salvador.
Nacer en El Salvador parece ser, estadísticamente, una mala noticia. De acuerdo con datos del Ministerio de Educación y de la Dirección General de Estadística y Censos de 2017 y 2018, más de la mitad de hogares con niños menores de 3 años viven en situación de pobreza, el 44 % de los centros educativos se encuentra afectado por las pandillas y de concluir el bachillerato, que solo lo logran cuatro de cada diez jóvenes, menos de la mitad encontrará un trabajo decente. Esta elección también se trata de ellos.
Por tanto, conocer la capacidad e integridad de quienes aspiran a dirigir el Estado salvadoreño, en función de las necesidades de la gente y no de las pasiones políticas, es fundamental. En los próximos meses deberíamos observar avances en esta dirección y que los candidatos publiquen, por ejemplo, sus declaraciones de impuestos de los últimos diez años o de conflictos de intereses; o bien, deberíamos comprender la capacidad de cada candidato de plantear proyectos políticos serios, con objetivos claros y metas realistas. Tanto la corrupción como la mala inversión las termina pagando el protagonista ausente.
De ahí que en esta campaña histórica, los salvadoreños enfrentemos no solo una elección presidencial, sino una elección de actitud ciudadana: castigar al corto plazo o construir a futuro.
P.D. En estas páginas que dejo por algún tiempo para asumir nuevos retos profesionales, encontrarán cada vez más un propósito de hacer país en pluralismo y democracia. Así se ha hecho durante los últimos meses frente a una complicada elección de magistrados; frente a la controversial discusión sobre la despenalización del aborto; o frente al debate sobre El Salvador de 2040 que coloca a nuestros niños y jóvenes, que serán la fuerza laboral en un futuro de tecnologías exponenciales, en el centro de nuestra apuesta económica, entre otros temas. De mi parte, no me queda más que agradecer la valiosísima oportunidad de contribuir, desde este periódico y en las palabras de su Fundador, a la construcción de “un gran pueblo en Centroamérica”.
Abogado de ESEN, con estudios en
filosofía de la UCA y maestrías en
estudios latinoamericanos de Salamanca
y en políticas públicas de Oxford.