La Constitución, dicen los voceros del gobierno, no prohíbe vender terrenos a extranjeros.
Sin embargo, esa misma Carta Magna previene cualquier clase de negociaciones o acuerdos que menoscaben la soberanía de El Salvador o los intereses y derechos esenciales del conglomerado.
No hay, por lo mismo, derechos absolutos que faculten vender territorio o islas a grupos mafiosos, a narcotraficantes, a cadenas de prostíbulos ni a una potencia extranjera que pueda venir a instalar bases militares, como no permitirían los chinos que rusos o talibanes adquieran propiedades para instalar sus bases de operaciones en China.
Esos condicionamientos son normales en urbanizaciones, condominios y colonias: al adquirir una vivienda, el comprador se compromete a no darle otros usos como poner una discoteca o inclusive un mercadito, se limita el número de personas que pueden residir allí y se obliga a cumplir restricciones naturales en cuanto al nivel de sonido a menos que se pida autorización para celebrar un cumpleaños, etc.
Pequeñas licencias se conceden, como cuando una señora hace repostería por encargo o fabrica pequeñas artesanías, siempre y cuando no se sobrepase un número natural de empleados de hogar que asistan en la realización de tales labores.
El que adquiere un condominio debe respetar los derechos de otros en cuanto a espacios de estacionamiento asignados, áreas comunes para visitantes... y siempre prevalece la regla natural del Derecho: mis privilegios finalizan donde comienza la esfera de otros, lo que por cierto los socialistas del Siglo XXI en esta tierra no cumplen: se creen ungidos por Marx para cambiar las reglas a sus medidas y caprichos, como lo venimos viendo desde que se impusieron acuerdos para meter en el orden público a mesiánicos, las gentes que oyen voces desde lo alto y tratan al resto de sus connacionales como ovejas de un rebaño a las que pueden esquilmar a su antojo y disponer de sus vidas también a su antojo, como con los setenta y tantos mil que fueron sacrificados durante la guerra.
Nadie puede hacer fogatas en la vía pública ni menos para quemar banderas de otras nacionalidades o cultos religiosos, aunque dar fuego a la efigie de una figura pública que se ha desprestigiado a sí misma es un fenómeno que puede darse ocasionalmente en marchas ciudadanas de protesta.
Todos tenemos que participar
en el rescate de la Patria
El desprecio hacia principios morales esenciales equivale a socavar el suelo de ideas, libertades y valores de todos no solo de este país y en este momento, sino de los hombres de todas las épocas y lo que ha sembrado de dolor y sangre el paso de la humanidad. De allí la frase latina de que el hombre es el lobo del hombre, el cavernícola que, según los estudiosos del alma humana, se esconde en los más oscuros lugares del corazón y el cerebro de la gente. Todavía los procesos evolucionarios tienen que ir sacando a los hombres de las cavernas y la selva. El cavernícola se evidencia en la saña con que muchos hombres matan a sus parejas y hasta a sus hijos, y ocasionalmente mujeres a sus maridos y adolescentes a sus padres.
Tal clase de endemoniados están en el seno de nuestras sociedades, como son las mafias de la droga y del crimen.
Todo buen salvadoreño tiene su parte que desempeñar en el rescate de la Patria.