Asimetrías

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14 September 2018

En principio todos deberíamos estar de acuerdo con que la mala conducta deportiva debe penalizarse según el reglamento de cada disciplina. Aunque, por lo visto estos días con el incidente de Serena Williams en el US Open, hay quienes piensan que el sexo, la raza u otras condiciones personales podrían excusar a un deportista y “autorizarle” para que tenga privilegios: una especie de reglas de competición particulares.

Cuando el árbitro castigó con un “game” a la tenista por comunicación ilegal con su entrenador y por romper su raqueta estaba, simplemente, aplicando el reglamento. Sin embargo, a ella no le pareció así y se amparó en su género y en su raza para justificar lo que, según su punto de vista, había sido una injusticia, pues —de acuerdo con sus declaraciones posteriores— a los hombres se les mide con un rasero distinto: ellos, dijo, pueden reclamar e insultar a los árbitros sin consecuencias ni penalizaciones.

Sin embargo, los hechos la desmienten. Sin ir más lejos, en el recién terminado US Open, veintitrés de las treinta y tres sanciones aplicadas por violar el reglamento fueron endosadas a jugadores. Y, por cierto, ninguno de estos tenistas reclamó alegando que le habían tratado de manera sexista o con discriminación por su género, raza o nacionalidad.

Después de las declaraciones de Serena han salido en su defensa medios, comentaristas y algunas organizaciones como la National Organization for Women, que acusó al árbitro de ser “descaradamente sexista y racista”, a lo que un columnista replicó contundentemente: “Vivimos en unos tiempos obsesionados con la raza y el sexo, una época de victimismo y desprecios imaginarios, así que no es extraño que el berrinche de Williams sea interpretado en el marco de un discurso más atractivo y convincente. Los progresistas de izquierdas están tan hipnotizados con el género y la raza que no llegan a ver lo que aquí debería desconcertarles: el espectáculo de una multimillonaria usando y abusando de su posición de poder ante una audiencia mundial para intimidar, amenazar y acosar a alguien de menor posición social. Esta es la auténtica vergüenza de este incidente. Una verdadera lucha de clases de arriba abajo”.

La falta de objetividad en el modo como algunos han tratado el asunto podría quedar más clara si invertimos los papeles e imaginamos a un tenista insultando a una mujer árbitro, diciéndole mentirosa y ladrona (como Williams calificó en público al juez que la sancionó): las acusaciones de machismo, misoginia, etc., no se habrían hecho esperar…

El incidente podría haber quedado en una anécdota deportiva más. Sin embargo, me parece interesante señalar algunas influencias culturales en este hecho. Concretamente, que muestra cómo la ideología —esa visión parcial, e interesada, de los acontecimientos— permea también lo deportivo y cómo al enfatizar en la misma discriminación que al principio de todo simplemente se quería evitar, termina por conseguir todo lo contrario.

Es un tema del que no estamos exentos por estos pagos: cuántas “defensas” de mujeres dedicadas a la política, o personas que ocupan u ocuparon cargos públicos, hemos visto cuando se les acusa judicialmente, o se les investiga por corrupción, calificando de misóginos o sexistas a quienes las investigan. O, por otra parte, vemos con cuánta frivolidad se le pone la etiqueta de feminicidio a cualquier asesinato de una mujer, sin pararse a pensar si el crimen fue cometido precisamente por su condición femenina.

Cuando se cargan las tintas y todo se pinta de machismo, sexismo o discriminación en relación con incidentes que involucran mujeres, se termina por lograr precisamente lo contrario de lo que se pretende: se pone a las víctimas en el papel de victimarias, se da vuelta a la situación y, en lugar de lograr simetría, se perpetúa la desigualdad trucando los dados en el sentido contrario del que, innegablemente, hasta entonces habían estado cargados.

Ingeniero

@carlosmayorare