Sin lugar a dudas América Latina es mágica. Vivimos en un realismo transido de una historia rocambolesca, de sucesos trágicos y heroicos, personajes y personajillos que podrían protagonizar tantas novelas de ficción-realidad, que a veces uno, al ver el surrealismo político social latinoamericano, se pregunta si obedece a un guion escrito por Kafka más bien que a uno de García Márquez.
Tenemos a pocos kilómetros de distancia el último, pero no por eso menos emblemático, de estos caos: Nicaragua, donde el periodista Fabián Molina plasma en un párrafo: “Hay mentiras que las puede repetir mil veces, un millón de veces, y no se van a convertir en verdad por eso. Lo de Goebbels, doña Rosario, no es un conjuro”; veamos un elenco de situaciones absurdas, del más puro realismo mágico, que se están dando en ese desangrado país.
El gobierno puede seguir reiterando una y mil veces que quienes protestan son golpistas, o terroristas, pero esas repeticiones no convertirán la mentira en verdad. Daniel y Rosario seguirán apareciendo una y mil veces insistiendo en la legitimidad de su gobierno ante los organismos internacionales, pero eso no normalizará nada. Podrán repetir una y mil veces que a mediados de abril fueron los manifestantes los que atacaron los piquetes sandinistas, pero tanta repetición no convertirá en verdad lo que patentemente es mentira, no solo porque todo el mundo vio en vivo, por televisión, lo que pasó, sino porque repiten la misma “explicación” cada vez que las turbas sandinistas matan un estudiante, una joven que protesta, un adolescente refugiado en una iglesia.
“En la medida que las agresiones y los muertos se intensificaron, la gente levantó barricadas y tranques para impedir que las camionetas con gente armada llegaran a matarlos impunemente. Funcionó durante un tiempo. Y sucedió lo inimaginable. Ante su impotencia para castigar a los rebeldes, el régimen armó un ejército paramilitar que al margen de cualquier ley, y a sangre y plomo, llegó a quitar los tranques. Y así murieron centenares de nicaragüenses”.
Hay muertos de los dos bandos, y de ninguno de los bandos, gente inocente que estuvo en el lugar y en el momento equivocados. Pero el gobierno repite una y mil veces (el conjuro, la salmodia) con la esperanza de que la gente crea que todos los muertos los ponen las fuerzas de “seguridad”. Achaca su propia masacre a quienes han sido masacrados, y piensa que repitiendo una y mil veces la mentira ésta se volverá verdad. Y no, no se convierte en verdad, ni en magia: no les cree nadie, excepto los que quieren creerles.
Quieren vender como “normalidad” la más inconcebible de las anormalidades: “que los ciudadanos protesten contra su gobierno es normal. Lo anormal es que los gobiernos los repriman a balazos. Que un médico atienda a un herido, sea lo que sea, es normal. Lo anormal es que se castigue al médico por eso. Que alguien sospechoso de un crimen se le investigue, se capture y se juzgue es normal. Lo anormal es que sean civiles encapuchados quienes secuestren a los ciudadanos, aparezcan en cárceles de policía, sean torturados (…) y se les condene por delitos que cometieron quienes los acusan”.
Si lo normal y lo anormal son intercambiables de acuerdo al criterio de quienes gobiernan, o de quienes informan, todos estaríamos locos. O quizá no. Porque, a fin de cuentas, tal vez toda América Latina se habría convertido en un gigantesco Macondo, y los periodistas, los organismos internacionales, la casi totalidad de los gobiernos de América (con excepción del nuestro, Venezuela y otros pocos más) y Europa, seríamos los que estamos delirando mientras la monarquía Ortega-Murillo es atacada por hordas de civiles enloquecidos, que se lanzan a pecho descubierto sobre las bayonetas de las fuerzas del orden.
Ingeniero
@carlosmayorare