En el medio criollo los consultorios de emergencia de los hospitales de la red pública parecen mercados; resalta la aglomeración y la mezcolanza de recepcionistas, vigilantes, motoristas de ambulancias, médicos de diversa jerarquía, enfermeras, pacientes y acompañantes (a veces no se sabe quién es el que necesita la atención), mirones y hasta gente que nada tiene que hacer ahí. Y como es de esperar, se atienden grandes volúmenes de pacientes, habitualmente entre 200 y 300, a veces sobrepasan esas cifras.
Exceptuando los enfermos que yacen sobre camillas, todos los demás que esperan tienen que armarse de paciencia. Al respecto, un paciente tuvo que esperar 17 horas para que le pusieran un suero y le explicaran qué tratamiento le iban a practicar. Las esperas generalmente no son confortables; los servicios sanitarios comúnmente dejan que desear; a veces los lavabos están arruinados y algunas personas llevan su propio papel para higiene. Es característico el deterioro del mobiliario y equipos por su intenso uso y en cierta forma reflejan la lipidia crónica en que se trabaja. En suma, la consulta de emergencia es como un consultorio común y corriente con la diferencia que atiende desde un infarto del miocardio a un catarro común y que no laboran 8 horas sino 24.
En los países civilizados los consultorios de emergencia de los hospitales generales no son tan grandes como los que se estilan en el país; son lugares tranquilos, ordenados que brillan por la limpieza. Con esperas confortables, mobiliario y equipos relucientes prestos para hacer uso de ellos. En el transcurso de las 24 horas a lo sumo atienden 20 tal vez 30 pacientes, por supuesto que verdaderas urgencias. Los consultantes son atendidos en forma inmediata y una vez aclarado el diagnóstico se inicia el tratamiento y se traslada sin pérdida de tiempo a donde corresponda. Los argumentos “no hay camas” o “tal equipo se arruinó” por supuesto, nunca se escuchan.
¿Por qué nuestras emergencias funcionan de este modo? Destacan varios factores causales como los siguientes: (a) Escasa educación en salud del público; (b) Desconocimiento sobre cómo utilizar los servicios de salud y (c) Fe ciega en los hospitales y negarse acudir a centros de atención de menor complejidad. El análisis de los diagnósticos de las enfermedades por los cuales consultan los usuarios en Emergencia revela que solo un porcentaje muy bajo amerita atenderse en esta última dependencia, todos los demás casos pueden resolverse en otras instancias menos apremiantes.
Pero también hay otras causas, veamos algunas: (d) Escasa capacidad resolutoria de algunos centros de atención del interior del país; (e) Rebalse de la consulta general que se desplaza hacia Emergencia; (f) Referencias obligadas cuando hay desperfectos en los equipos de radiodiagnóstico o escasez de reactivos; (g) Pacientes citados a especialidades que eventualmente sufren una agudización; (h) Incumplimiento de protocolos con tendencia más a referir que a resolver la situación localmente; (i) Ambulancias de algunas instituciones que tienden a llevar a todos los lesionados a la emergencia de un hospital aunque no lo ameriten y finalmente (j) Altos índices de pobreza y gente que no tiene donde ir más que a servicios de caridad soportando los sacrificios que sean con tal de recibir ayuda.
No siempre se cumple la regla no escrita que en un servicio de emergencia la prioridad es atender primero a los más graves porque en la práctica se dan una variedad de situaciones. El médico con experiencia no tiene dificultad para identificar de buenas a primeras las verdaderas emergencias tales como infarto agudo del miocardio, accidente cerebrovascular, proceso neumónico, diarrea severa con deshidratación, trauma cerrado abdominal, herida penetrante del tórax, cólico nefrítico, etc. Corrientemente presentan algún grado de dificultad las urgencias relativas, las urgencias aparentes y las no urgencias sobre todo con paciente demandante que argumenta por ejemplo que se siente mal sin evidencias clínicas detectables.
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