Es falso que en la vida económica, para que alguien esté bien, otro debe estar mal, como si la prosperidad de una nación se logra a costa de la de otras, en tanto lo que las imposiciones de aranceles a las importaciones de un país sean la forma de beneficiar al propio.
Y esto también está detrás de la saña con que se persigue a los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos: cuando trabajan es, piensan, porque le roban ese empleo a otros, sin pensar que son ambos, los que laboran y los que supuestamente han perdido su empleo, los que ganan con la creación de nueva riqueza.
Cada niño que nace trae su pan bajo el brazo; para que labre su propio bienestar y contribuya al bienestar de otros, es esencial liberarlos de cargas e imposiciones.
En su monumental y difícil obra “La Riqueza de las Naciones”, Adam Smith, el pensador que sentó las bases ideológicas del capitalismo y Padre de la Economía Moderna, narra cómo la libertad de comercio a nivel internacional fue la base del florecimiento económico de Inglaterra, fomentando la división de trabajo a nivel internacional y acabando con las hambrunas que azotaban otros países y la misma Escocia antes que su economía fuera liberada de restricciones a la importación.
Escocia, antes que los ingleses le permitieran comerciar libremente con el mundo, sufría hambrunas tan graves que muchos caían muertos en la calle. Pero esto cambió desde el momento en que Escocia se abrió al mundo.
El florecimiento económico inglés contrastó con el relativo estancamiento de los países europeos, anclados en un mercantilismo que suponía que para que una nación crezca, otra tiene que estar mal: los mercantilistas pensaban que la riqueza era el oro y, por lo mismo, vender al exterior lo más posible pero guardar el oro de esas transacciones era la base de su propia prosperidad, pero el oro es inerte, los metales son inertes y no se puede esperar que del oro y la plata van a obtenerse bienes de consumo o alimentos.
Los diabólicos esquemas
tributarios de control humano
Como el Avaro de Moliere, la única alegría era contar, noche tras noche, las monedas que guardaba en su cofre...
La creciente prosperidad tuvo otro resultado: reducir las diferencias de clase o eliminarlas. El panadero y el cervecero enriquecidos con el comercio comenzaron a pedir para sí el deferente trato que hasta ese entonces solo se daba a caballeros y nobles, pudiendo agregar a sus apellidos el calificativo de “squire”, antes únicamente reservado a los que podían portar una espada, escuderos de un noble señor.
La riqueza trajo dos desarrollos más: fomento la moda, cambiar con frecuencia de vestimentas tanto caballeros como señoras y muy pronto dio paso a la propaganda, a anunciar productos o servicios. Y como era natural, los países del continente, sobre todo Francia, fueron contagiándose con las nuevas tendencias, como en parte lo describe Flaubert en Madame Bovary.
Eventualmente el modo inglés, la organización económica, hizo su aparición en América, que creció exponencialmente gracias a tener muy pocas cargas fiscales y regulaciones, una economía libre hasta que fue montándose el diabólico esquema de control humano que son las regulaciones impositivas en casi todo el planeta.
“Big Brother is watching you”, el Gran Hermano te vigila, como en la escalofriante sociedad que describe George Orwell en “1984”.