Desde finales del año pasado, reveló el gobierno de la República de China en Taiwán, andan los efemelenistas ofreciendo en venta nuestra Patria por el precio de mil quinientos millones de dólares, una buena parte de lo cual sería para la campaña oficialista.
Tan apresurados estaban y tan calculado tenían todo que el mismo día en que el gobierno anunció la ruptura de relaciones de repente apareció en Pekín el canciller, todo almidonadito y fresco, firmando el convenio de relaciones, cuando el viaje de aquí a China Continental toma por lo menos tres días.
Las repercusiones políticas, estratégicas y humanas que tendría el establecimiento de una base militar y política china en la región, en el centro del Hemisferio, no escapan a ningún pensante, como tampoco la clase de satrapía que establecerían, muy similar a lo que el ejército soviético impuso a Corea del Norte dando el mando a Kim Il Sung, el primero de tres sanguinarios déspotas que se mantienen en el poder hasta hoy.
Nominalmente los sátrapas salvadoreños tendrían el poder, pero serían los chinos los que tomarían las decisiones importantes, sometiendo al país a un esquema esclavista y ruinoso. La única buena noticia es que la delincuencia pandillera sería erradicada sin piedad, como en Cuba, donde no hay criminales que sobrevivan su primer fechoría.
Nuestro martirizado país, nuestra Patria que los efemelenistas han andado ofreciendo en venta, viene siendo arrastrado por vendavales desde hace mucho tiempo, pero es admirable cómo los buenos salvadoreños han resistido esas fuerzas y perseveran como productores, profesionales, obreros, comerciantes y “gente de a pie”, pese a los corruptos, a los saqueadores, a los politicastros, a los vendidos.
Sin embargo, las perfidias tienen su altísimo costo, desde las pobres personas que no reciben buenos servicios en los hospitales y centros de salud, hasta los jóvenes que no encuentran trabajo y los niños que por la violencia tienen que dejar sus estudios.
Las víctimas principales en países desgarrados por demagogos son los niños, que pierden su futuro, pierden su niñez y con frecuencia pierden sus vidas.
Quieren vender nuestras
almas, tradiciones,
gestas, a los próceres
Hablando de la República de China en Taiwán, tal vez el gran pecado —si pecado fuera que una persona desarrolle su potencial y prospere— es que El Salvador tuvo y sigue teniendo, el potencial de ser un pequeño Hong Kong, un milagro económico como lo fue Alemania al final de la Segunda Guerra y lo son los Tigres del Asia, desde Vietnam que tiró a la basura el comunismo para ser un país próspero, o Corea del Sur, devastada primero por la ocupación japonesa y luego por la guerra de los Cincuenta.
Solo hay que pensar cómo los golpistas del 79 arruinaron la agricultura con sus reformas, pues ni regalaban pescado ni enseñaban a pescar, sino que fomentaron el robo de pescado, el que hordas incapaces cayeran encima y arruinaran las mejores tierras de El Salvador.
Por ahora enfrentamos una amarga realidad: los efemelenistas, que van de salida, han vendido nuestra Patria, por lo que toca a los salvadoreños recuperarla, cuidarla, protegerla. Ya se nos ha hipotecado con la narcodictadura venezolana y a los cárteles de la droga que operan desde allá, como desde La Habana dictan muchas de las leyes que con tan ruinosos efectos se aplican acá.
La venta de nuestra Patria es la venta de nuestros corazones, de nuestras gestas libertarias, de lo que tantos forjaron en los casi dos siglos de existencia de El Salvador.