En varios países se está discutiendo si existe realmente el “derecho a la vida” o, por el contrario, si se puede disponer de ella antes de nacer. Los que se hacen estas preguntas son personas que no han sido autores de su propia existencia y que no pusieron ninguna resistencia para nacer, les fue dada la existencia y, por lo tanto, ¿podemos reclamar un derecho que no depende de nosotros? ¿No deberíamos hablar más bien del derecho que tienen los seres humanos a que se les respete su vida?
No hay duda de que hay graves problemas: millones de abortos clandestinos, miles de mujeres que han muerto por malos procedimientos, mujeres adolescentes, jóvenes y mayores que han sido violadas y viven con grandes traumas, enfermedades crónicas y muchas otras que señalan los expertos en materia de salud. ¿Justifica esto eliminar una vida?
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue elaborada por representantes de todas las regiones del mundo y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París en diciembre de 1948, nos dice en el artículo 3: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Esto significa que todas las naciones deben inspirarse en este principio para promover mediante la educación, el respeto por este derecho y asegurar su reconocimiento. La vida es un bien extremadamente valioso que hay que proteger, custodiar y defender. Es un regalo de Dios y de nuestros padres y fundamento primario para recibir los demás bienes. Los grandes talentos que existen en la ciencia, las artes, la literatura, la tecnología, son ahora grandes personajes porque se les respetó el derecho a su existencia. Atentar contra ella, es atentar contra el primer derecho que tiene el ser humano, su existencia.
La Iglesia Católica nos dice que el respeto a la persona pasa por el respeto del principio: “Que cada uno sin ninguna excepción debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente” (GS27). El mundo no está exento de gravísimos peligros que atentan contra la vida: Guerras, irrespeto a la dignidad humana, muertes violentas, vicios, drogas, eutanasia, libertinaje, etc. Son realidades que nublan la conciencia moral y la dignidad humana y cristiana. La vida es como un tesoro y los tesoros se cuidan y se hacen fructificar. Cuando una vida es fecundada, independientemente de su forma, ya tiene sus derechos y todo lo que se haga para suprimirla, es pasar por encima de su derecho inherente a existir.
El Papa Francisco, en un encuentro con ginecólogos, les dijo: “El primer derecho de una persona es su vida. La situación paradójica se ve en el hecho de que, mientras se atribuyen a las personas nuevos derechos, a veces aunque supuestos, no siempre se tutela la vida como valor primario y derecho primordial de cada hombre. El fin último de la actuación del médico es siempre la defensa y la promoción de la vida. Las cosas tienen un precio y son vendibles, pero las personas tienen una dignidad, valen más que las cosas y no tienen un precio. La credibilidad de un sistema sanitario no se mide solo por su “eficacia” sino sobre todo por la atención y el amor hacia las personas, cuya vida es siempre sagrada e inviolable”.
Sacerdote salesiano