La indiferencia permite que el mal continúe

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24 August 2018

Cuando el mundo se dio cuenta de las atrocidades que los nazis cometieron contra los judíos y otras minorías durante la Segunda Guerra Mundial, la reacción no se hizo esperar. Las voces de indignación y protesta rebasaron fronteras y fueron tan contundentes que aún ahora, setenta años después, siguen resonando y teniendo efecto. Los perpetradores fueron perseguidos, apresados y juzgados por tribunales internacionales, también por la Historia. Habría sido inconcebible que esos terribles hechos hubieran sido tomados de forma indiferente, neutral, como daños colaterales de una situación de guerra. Nadie lo hubiese tolerado, y ninguna justificación hubiese sido aceptada. Los apáticos habrían sido calificados tan duramente como los hechores mismos.

Resulta, pues, extraño que hoy día, con todos los avances de los medios de información, que hacen que nada se pueda ocultar por mucho tiempo, no se proteste de forma más categórica y se tomen acciones definidas contra otros crímenes que se cometen masivamente y que afectan países enteros. Las cosas que ocurren en Nicaragua y Venezuela sobrepasan ya cualquier especulación y se han convertido en crisis humanitarias que nadie puede ver con indiferencia. Son ya varios cientos de personas asesinadas, casi todos jóvenes, las que se contabilizan en Nicaragua. El régimen reprime con fuego protestas, invade iglesias y centros de refugiados, encarcela ilegalmente a todo sospechoso y evita que los heridos reciban atención médica. La comunidad internacional protestó inicialmente pero poco a poco su energía ha ido disminuyendo. Esto solo hace que Ortega piense que su plan va obteniendo resultados.

Lo que pasa en Venezuela es grotesco. El ciudadano promedio ha perdido más de treinta libras de peso pues no tiene qué comer, con la inflación absurda el dinero ya no sirve para nada y miles cruzan la frontera todos los días únicamente con la ropa que llevan puesta. El gobierno vigila a los ciudadanos y nadie está ya seguro que la siguiente noche dormirá en su casa. Muchos venezolanos ya entraron en una fase de desesperanza, sienten que el mundo les ha vuelto la espalda. A veces pareciera que tienen razón. Afortunadamente aún hay patriotas que, con todo el riesgo que conlleva, van y cuentan los que sus hermanos están sufriendo. Tienen la esperanza de que serán escuchados. Intentan romper el cerco de la apatía.

Lo que nicaragüenses y venezolanos necesitan es saber que no están siendo olvidados, que los ciudadanos de bien de todas las partes del planeta están con ellos, que ven con indignación y pena lo que les está ocurriendo, y que los acompañan en su pedido de auxilio.

Los salvadoreños debemos estar claros de que lo que está pasando en estas naciones hermanas nos puede pasar también a nosotros, que no somos inmunes a las dictaduras. Y que si nos tocara vivir ese tipo de calamidades sería muy triste ver que los demás permanecen pasivos, sin tomar ningún tipo de acción. La actitud indiferente es muy negativa pues permite que el mal continúe. Alguien podrá decir que de nada sirve hablar, que las cosas no van a cambiar porque una sola persona hable y proteste. No es cierto. Cuando se está del lado correcto la voz que se alza tiene un fuerte impacto. Gana fuerza de inmediato y permite que otros salgan de la inactividad. Al final el bien siempre se impone, y eventualmente resulta satisfactorio saber que, cuando las circunstancias lo demandaron, se impuso el deber y se hizo algo.

Médico psiquiatra