Capitalismo o muerte

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24 August 2018

Rusia y China, las dos potencias referentes para cualquier comunista, evolucionaron desde el socialismo como sistema político-económico a un régimen que les permitió entrar como protagonistas en el mercado mundial.

Lograron su transformación al haber prescindido de uno de los dogmas fundamentales de la teoría comunista: la posesión del gobierno —y para ser más concreto del partido comunista— de los medios de producción.

Lo que en la práctica podría enunciarse como un intento de “nadar y cuidar la ropa” no es más que una traición a los principios básicos de la ideología, perpetrada por un régimen que procura un maridaje imposible entre “preservar las conquistas de la Revolución” y avanzar hacia un “socialismo próspero y sustentable”, mediante la presencia controlada (y en ese control, que por supuesto ejerce el gobierno, está el detalle) del capitalismo y de la lógica del mercado.

Rusia, China y Cuba han cambiado. A distintas velocidades, y con distintos resultados, pero al día de hoy los tres serían irreconocibles para Stalin, Mao o Fidel.

Los cubanos han tenido que hacer de tripas corazón y revisar el famoso lema revolucionario “socialismo o muerte”, para empezar a pensar que cuando se trata de sobrevivir, quizá “capitalismo o muerte” no sea tan terrible como en una primera impresión podría parecer. De tal modo que también en la Isla han emprendido el camino de las reformas económicas, conservando su sistema centralizado de gobierno.

Tal como escribe un analista en un medio oficial cubano: “aparte de las medidas encaminadas a reformar la empresa estatal socialista, lo que abarca racionalizar su ámbito de acción y las normas que rigen su funcionamiento, un componente del nuevo modelo ha sido propiciar el desarrollo del sector no estatal de la economía, dígase el trabajo por cuenta propia y la pequeña y mediana empresa”.

Desde hace unos años, durante el mandato de Raúl, se inició una tibia apertura económica determinada por los cambios operados en la escena internacional, principalmente por el desastre de la economía venezolana (ubre de la que mamaban los cubanos), y por la actitud del presidente Obama respecto a Cuba, manifestada en acciones diplomáticas unilaterales.

En un mundo cada vez menos romántico, y por lo mismo cada vez más práctico, no es de extrañar que el cinismo geopolítico vaya cobrando carta de identidad con gran fuerza y que las consideraciones ideológicas, las izquierdas y las derechas, el bienestar de los pueblos, la protección de las minorías, etc., hayan naufragado ante el empuje del puro y duro dinero: condición irrenunciable para la supervivencia, en algunos casos, y en otros factor del enriquecimiento de políticos con bandera de izquierda y bravatas antiimperialistas, que al final del día no han hecho más que enriquecerse personalmente.

Según lo dicho, ahora que hemos visto la abrupta decisión de entablar relaciones diplomáticas con China y romperlas con Taiwán no nos podemos extrañar de que se cambien aliados sin decir agua va. Ni que se pase tranquilamente de un sistema hegemónico-imperialista a otro, como si se tratara de cambiarse de camisa.

Pero lo peor no es la pirueta diplomática, sino la falta de cálculo, la ilusión de que solucionará algo en el mediano plazo pues, tal como escriben en El País: “La economía global está totalmente regida por relaciones capitalistas. La idea de que Rusia y China pueden ser la salvación es un sueño. Rusia es un país pobre con una economía del tamaño de la de España, pero con tres veces más población, y China es un país rico, pero, como todo rico, mide riesgos, invierte para sacar ganancias y si presta cobra con intereses. En la economía mundial, ahora nadie regala nada; Hugo Chávez fue el último Santa Claus y eso se acabó”.

Ingeniero

@carlosmayorare