Deudas emocionales

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24 August 2018

Todos conocemos el concepto de “deudas”. Incurrimos en las deudas materiales, ya sea para poder financiar una casa que luego se convertirá en nuestro hogar o bien tomamos una deuda para sufragar los estudios que posteriormente nos darán un mejor futuro. Así, la lista de deudas monetarias o materiales es larga y variada.

Lo que sí debemos saber es que estas son concretas tanto en el tiempo en que deben pagarse como en el porcentaje de interés que por ella hay que pagar. A final del periodo tenemos dos posibilidades la deuda fue saldada o queda sin pagar. En el primer caso mantenemos las posibilidades crediticias, en el segundo arruinamos nuestro futuro de crédito. Nadie, si es que existe alguien, tomará una deuda monetaria sin conocer los aspectos básicos de esta. Pensamos que quien así lo hace, no está actuando de la manera más lógica ni correcta.

Esto es lo que generalmente sucede cuando tomamos «deudas emocionales». No conocemos con certeza, el tipo de compromiso, el tiempo en que deberá pagarse ni mucho menos el interés que deberemos pagar por las deudas emocionalmente adquiridas.

Es así como la definición de “deudas emocionales” incluye un compromiso con uno mismo a ser pagado en un futuro para obtener resultados u objetos que no tenemos en el presente. Es por este motivo que las deudas emocionales son siempre autoimpuestas, es decir, surgen cuando nos comprometemos con otros o con nosotros mismos de algo que sabemos o suponemos no podremos cumplir en el tiempo estipulado, por ejemplo le decimos a la familia que “bajaremos 20 libras de peso antes del fin de año”, “dejaremos de fumar en tres meses” o “comenzaremos a tocar saxofón cuando nos jubilemos”.

Los términos los ponemos nosotros mismos, sin embargo sabemos que son no solamente irreales sino que francamente ilusorios. En el primer caso, la propuesta está incompleta pues aunque se especifica la cantidad de libras a perder, es una cantidad que probablemente no hemos perdido en toda la vida y hoy lleva la promesa de perderla en 4 meses; en el segundo caso sobredimensionamos el tiempo en que dejaremos un vicio que probablemente lleve mucho tiempo o toda la vida y en el tercer caso seguramente sea más un sueño “el aprender a tocar saxofón” que un verdadero proyecto, sin embargo nos comprometemos con la familia y amigos, en una época determinada “cuando nos jubilemos…”. Esos ejemplos igualmente podrían ser: “comunicarme mejor con mi pareja antes de Navidad” o “convertirme en un mejor padre en el futuro”.

Siendo así que lo importante es que el compromiso se convierte en un estado afectivo que genera culpa con nosotros por no haber cumplido con la promesa o compromiso que nos auto impusimos. De igual manera nos produce vergüenza a medida que se acerca el tiempo para verificar el compromiso y no se ha realizado ningún evento que indique su cumplimiento.

Según el profesor de Psicobiología de la Universidad de Valencia España, el Doctor Vicente M. Simón, necesitamos al menos tres circunstancias para que el fenómeno de las deudas emocionales se genere: 1).- Una imagen sin objeto real. Llamada así pues en la “mente del sujeto se origina la imagen de un objeto inexistente en el presente, pero que el concibe como posible en el futuro». 2).- Un vínculo emocional con esta imagen creada y 3).- Un compromiso voluntario con esta imagen, que confirma la idea que en el “futuro ideal la realidad se aproxime lo más posible al escenario planteado”.

Según el Profesor V.M. Simón, la más importante es la tercera, pues sin este compromiso voluntario no se puede llegar a tener deudas emocionales: “El deseo solo no basta para ocasionar la deuda. Hace falta que el sujeto mantenga la auto exigencia de que ese deseo se cumpla. Cuando la exigencia se añade al deseo surge el apego, la atadura, la deuda”.

Es por este motivo que la próxima vez que creamos que deseamos algo, deberíamos repasar los puntos antes descritos. Solamente así sabremos si intentamos mejorar nuestra realidad futura o pretendemos seguir teniendo deudas emocionales en el presente.

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