"No es por la benevolencia del carnicero, del panadero y del cervecero que cada mañana tenemos nuestro desayuno, sino por su propio interés en lucrarse", escribió Adam Smith, Padre de la Economía Moderna, en 1776, para explicar cómo las motivaciones personales, el deseo de prosperar, mueven el comercio y la economía de los pueblos y del mundo.
Y esta realidad es moralmente aceptable, válida, mientras no se engañe, se falsifique lo que se intercambia o se violen normas aceptadas de comercio.
Es muy raro que un cliente cuestione la calidad de componentes de aparatos electrodomésticos o de productos empaquetados que adquiera, pues si algo no está bien, puede siempre devolverlo y obtener otro en buenas condiciones o recuperar lo que gastó, pues en la actualidad al comprador insatisfecho le devuelven su dinero.
Es gracias al interés de los vendedores y las necesidades de los compradores que, sin que nadie lo planifique, por regla general a los mercados llegan, desde muy temprano por la mañana, las cantidades precisas de alimentos y servicios que una población requiere. Y al contrario de esta vital realidad del capitalismo, los planificadores socialistas van de fracaso en fracaso en satisfacer las necesidades de la población hasta que simplemente les dan lo mínimo para subsistir.
De allí lo que dicen bajo agua los cubanos sobre los Castro: son los viejecitos que inventaron el hambre.
El motor del comercio son los precios y la información que sobre ellos se difunde en medios o por otras vías: los que cultivan tomates están muy alertas sobre variaciones en precios para decidir sus siembras o irse por otras alternativas, las que inclusive pueden ser no sembrar en un año, dejar que descanse la tierra y volver al año siguiente.
Paralelo a esto, hay procesos industriales que guardan en la forma de enlatados o envasados, los productos de la tierra para que duren más tiempo; las carnes se procesan como embutidos o se secan al sol como los jamones en España, que duran colgados al aire por dos o tres años sin menoscabo de su calidad.
La prosperidad del
mundo actual se
debe al libre comercio
Adam Smith, autor de La Riqueza de las Naciones, vivió en un momento en que la libertad de comercio rápidamente acabó con la miseria ancestral de Europa, donde las hambrunas debido a malas cosechas o restricciones al intercambio, mataban a grandes sectores poblacionales. Y una de esas hambrunas causó muchísimas muertes en su Escocia natal debido a las restricciones impuestas por el gobierno británico al libre comercio. Pero una vez que esas restricciones se anularon al anexarse Escocia al Reino Unido, esa parte de la Isla floreció e inclusive fue el escenario de un gran florecimiento intelectual, entre cuyas estrellas estaba David Hume, el gran pensador, y el propio Smith.
Por desgracia, estamos viendo cómo el mercantilismo, o sea las restricciones al libre comercio, han revivido con las políticas comerciales estadounidenses, que en un año han abierto varios frentes hostiles al imponer altas tarifas a las importaciones de esos países, el último el de Turquía, que ha llevado a un desplome de su moneda, lo que Erdogan, el dictador , califica como una puñalada en la espalda.
Lo esencial de la enseñanza de Smith se resume en la frase “dejar hacer, dejar pasar”, la clave de la prosperidad contemporánea ahora amenazada.