Faltaban dos semanas para Navidad. Tras un agotador día de compras en la ciudad, la familia regresó en tren.
El padre iba apretujado junto a las gemelas, Clarissa y Jenny. En el asiento del frente iba Danny, el menor. A su lado un hombre que sostenía con firmeza una caja de regalo roja.
—¿Qué hay en la caja? —le preguntó Danny.
El padre le llamó la atención.
—No hay problema, señor —dijo el hombre. Apenas abrió la caja. A Danny se le quitó la sonrisa cuando se asomó a su interior.
—Esta es mi parada —dijo el hombre. Se fue.
Esa noche Danny permaneció de buen ánimo pero no quiso cenar. Al día siguiente tampoco quiso comer. Cuando llegó el tercer día de lo mismo los padres comenzaron a preocuparse.
Le prepararon su platos preferidos. Iban a comer afuera. Nada. Danny seguía siendo un niño alegre, pero sin apetito.
Una noche el padre escuchó a Danny cuchicheando algo con las gemelas. Alcanzó a escuchar algo sobre una caja. Cuando les preguntó de qué hablaban, ninguno de los tres reveló nada.
Al día siguiente las niñas comenzaron su ayuno. Luego lo mismo ocurriría con la madre. Algo le habría dicho Danny también a ella. Pero nadie en la familia le decía al padre qué pasaba, qué tenía que ver todo eso con lo que había dentro de la caja de aquel hombre del tren.
Un día después de Navidad, Danny fue internado. Tres semanas más tarde murió. Clarissa falleció el 3 de febrero, y Jenny, el 5. Susan murió el 27.
El padre quedó solo. Ahora pasa en los trenes buscando a aquel hombre de la caja. Solo sabiendo su contenido podrá saber qué paso con su familia. Solo así podrá estar más cerca de ellos.
La Caja es un cuento de Jack Ketchum. Es genial cómo logra dejarnos con el morbo de querer conocer el contenido de esa caja, aún a pesar la maldición que eso lleva.
Pues una curiosidad parecida es la que el expresidente Antonio Saca relató al inicio de su confesión judicial. Explicó que al iniciar su presidencia él, al igual que usted y yo, desconocía cómo funcionaba la partida de gastos reservados. Es uno de los mayores misterios de la República.
El expresidente contó que fue su predecesor, Francisco Flores, quien le enseñó el contenido de esa caja y cómo se administraba. Saca heredaría el know-how a su sucesor, y así.
El secreto presidencial que aquí se lega no es quién mató a Kennedy, sino cómo se administran millones de dólares de los contribuyentes a discreción y sin control alguno. El único lugar donde se aprende eso es en la presidencia, de manera que el mejor mentor que un presidente puede tener es su predecesor.
La caja del cuento se distingue de la de Casa Presidencial pues en esta los curiosos no se vuelven precisamente famélicos. Pero ambas coinciden en que quien se asoma a ella enfrenta una maldición. El destino que han seguido nuestros expresidentes así lo confirma, y los cuatro candidatos presidenciales deberían aprender lecciones de ello.
Cada vez será más difícil encontrar colaboradores para esas tropelías. Y mantenerles callados cuando el poder se haya esfumado será un verdadero reto. Probablemente lo único que les garantizaría noches tranquilas en cinco o diez años sería destruir esa caja.
Insisto: la única oportunidad que tienen los candidatos de demostrar qué pretenden hacer esa caja es cuando sus partidos voten por el presupuesto 2019. Las promesas serán solo ruido.
Por mucha que sea la curiosidad, señores, mejor ni se asomen a esa caja.
Abogado
@dolmedosanchez