La pobreza tiene rostro de mujer. Actualmente el 70 % de las personas que viven en extrema pobreza son mujeres. La capacidad para acceder a servicios y derechos básicos como la salud es inferior a los hombres, así como también a los recursos y los puestos de toma de decisiones. Lo que sí es mayor es su vulnerabilidad ante la violencia física y psicológica y los abusos sexuales.
A pesar de estas cifras actuales, la situación para muchas mujeres de hoy día es mejor que en el pasado, gracias a que en el siglo XX muchas lograron salir del milenario reducto doméstico, del analfabetismo, de la dependencia doméstica y la infantilización civil. El siglo XX fue escenario, después de sus dos guerras mundiales, de un cambio radical de las relaciones entre hombres y mujeres gracias a la conquista de derechos, oportunidades y espacios, la cual aún no es completa.
¿Quién o quiénes fueron el motor del cambio? Aunque en ciertos ámbitos parezca una obviedad, los avances de las mujeres han sido conquistados por las mujeres mismas, por aquellas precursoras que rompieron moldes con su propia vida, abriendo caminos por los que hemos transitado las que veníamos atrás.
A pesar de los esfuerzos enormes de algunas mujeres que trabajaron para hacer cambios en el estatus femenino; los avances más consistentes, coherentes y sostenidos se han logrado porque ha habido asociaciones de mujeres con conocimientos de alto nivel que lo han estructurado e impulsado.
Así es como Virginia Gildersleeve, Decana del Barnard College (Nueva York); Caroline Spurgeon, profesora de la University of London y Rose Sidgwick de la University of Birmingham, fundaron en Londres la Federación Internacional de Mujeres Universitarias (International Federation of University Women, IFUW) hoy Internacional de Mujeres Graduadas (Graduate Women International, GWI), en 1919, a raíz de la Primera Guerra Mundial, para ayudar a prevenir otra catástrofe como la reciente guerra europea. Luego el avance de las carreras de las mujeres en las universidades se convirtió en un objetivo principal para la organización y se crearon ayudas y se promovió la fundación de albergues para mujeres donde poder alojarse durante sus estancias de investigación en otros países, pues estaban convencidas que solo a través de la educación, las mujeres podrían alejar la pobreza de ellas y contribuir con sus ideas a promover y alcanzar la paz social.
Casi 100 años después, miles de mujeres graduadas de universidades a través del mundo, compartimos los mismos principios y la visión que inspiraron a aquellas líderes.
En El Salvador, la primera salvadoreña graduada como abogada en 1944, María de Jovel, y otras profesionales, recibieron la visita de Minnie Miller, catedrática de Kansas State College, para motivarlas a formar una asociación que velara por los derechos de las salvadoreñas y se promoviera la educación primaria, secundaria y terciaria para todas.
De esta manera nace la Asociación de Mujeres Universitarias de El Salvador (AMUS) el 23 de diciembre de 1952 y, a 65 años de su nacimiento, continúa aglutinando a mujeres graduadas de universidad, trabajando en propiciar la superación integral de las salvadoreñas, fomentar la educación terciaria, así como el empoderamiento femenino, y las acciones basadas en conocimiento de alto nivel encaminadas a mejorar las condiciones de vida de los salvadoreños y alcanzar la paz social.
La democracia requiere que se escuchen las voces y los intereses de las personas. Las mujeres constituyen la mitad de la población mundial y por ende su voz debe ser escuchada en el proceso democrático. Las mujeres preparadas intelectualmente y organizadas en asociaciones como AMUS son claves para trabajar democráticamente por esa paz social.
Médica, nutrióloga y abogada