La vida es un laberinto

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03 August 2018

Muchas de nuestras vidas pueden asemejarse a un laberinto, ¿ya lo has pensado? Si has tenido la experiencia de transitar en uno de ellos es fácil reflexionar y hacer un parangón con tu propia existencia.

Los laberintos datan de tiempos antes de Cristo y se cree que fueron diseñados por los egipcios; el objeto es crear confusión a través del diseño intencionado de callejones y acertijos. La serie de emociones que transitan en un laberinto son variadas; la meta puede ser llegar al centro o encontrar diversos caminos a la salida. Estas estructuras han servido de inspiración para la diversión, para la literatura, meditación, videojuegos e incluso han sido instrumentos de guerra.

Retomando los que han sido diseñados para la diversión y recogiendo la experiencia de algunos transeúntes en el recién inaugurado Laberinto en la Ruta de Las Flores, hago la siguiente analogía: te introduces, casi siempre en familia o con amistades, todo parece fácil, te ríes, te confías, como cuando viviste tu niñez, luego recorres los primeros metros; no hay pista, hay lodo, paredes verdes y sin rótulos, viene la primera caída, te diste cuenta de que no llevaste los zapatos apropiados y pese a que te lo advirtieron, así como cuando te aconsejaron de adolescente y no lo tomaste en serio hasta que tocaste fondo. Son los primeros desafíos, pero aún eres fuerte y no estás solo, estás reconociendo el terreno, llegan las lecciones, discutes con tus co-turistas, ponen en palestra las posibles alternativas para llegar al centro; hay gente yendo en diferentes direcciones pero aún no te a través a preguntar, solo ves los rostros confusos, sigues avanzando y hay “celadores en las esquinas”, observando cómo te pierdes, ellos si tienen una instrucción clara y un plan; ellos contribuyeron en el diseño del laberinto, que dicho sea de paso, ocupó a su inventor 10 años hacerlo, los “celadores” ya lo vivieron, lo conocen , como en la vida misma. Mientras nos damos el derecho de equivocarnos y experimentar, otros ya han vivido, pero no siempre tenemos la humildad de consultar.

El camino ya se puso difícil, ya es necesario tomar con responsabilidad la ruta al centro, ya el grupo se dio cuenta que la “vida no es un carnaval”. Es necesario trascender de grupo a equipo y asumir un plan con solidaridad, la estrategia incluye consultar con los que saben, con los que viven el laberinto. Ellos de forma dulce y sigilosa te dan pistas, otros que vienen de regreso te ven la cara de angustia y sin que les consultes te guían, esos son tus “ángeles”, que llegan de lugares desconocidos, quien saben su identidad pero te dan esperanza en momentos de angustia, cansancio y cuando parece que avanzas pero en realidad retrocedes.

Hay música en el fondo, drones en la cabeza, y de repente suena la campana, alguien llegó al centro, al tan ansiado centro; todas las personas estamos llamadas a buscar el centro de nuestra vida, ese centro que tiene como ejes familia, espiritualidad, trabajo, realización y otras, pero que cuando nos perdemos todas áreas también tambalean.

Otros famosos laberintos han sido diseñados para meditar en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Estos son muy comunes en los atrios de las iglesias episcopales en EE. UU., la idea es orar mientras encuentras el camino hacia el centro. Como el laberinto en cuestión, puede llevarte más de una hora el recorrido. Otro laberinto famoso es citado por Spencer Johnson en su libro “Quién se llevó mi queso”, ahí es utilizado para colgar pistas que orientan a un plan de vida.

No falta la fotografía, que aunque no se imprima, es la fuente de verificación, la que alimenta tu ego para mostrar que si lo hiciste pero que solo Dios conoce la radiografía.

El laberinto de la Ruta de Las Flores te reta al trabajo en equipo, a valorar la naturaleza, tus habilidades, a reconocer tus miedos, te desafía a volver a tu centro.

En el marco de turismo rural, esa es la intención: que la gente active sus cinco sentidos, tanto los turistas como los anfitriones, y al mismo tiempo que se genere empleo digno en el territorio, pero además que se tenga una experiencia relacionada con la vida; El Salvador tiene una amplia oferta turística que te invita a ello.

Si llegamos al centro del laberinto, o salimos de casa, el retorno es eminente en turismo y en la vida, y parece más fácil y es satisfactorio cuando hemos sido comprometidos en la travesía, desde cuidar nuestro entorno, a los demás y a nosotros mismos, como ves la vida no es un carnaval, es más un laberinto la invitación en vivirla con responsabilidad y sin perder su propio centro.

Periodista especializada en

turismo y desarrollo local