En nombre de la “Inclusión”

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01 August 2018

"¡Oh, libertad, libertad! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Estas extraordinarias palabras, acaso las más célebres de la Revolución Francesa, fueron dichas por Marie-Jeanne Roland de la Platiere, esposa de uno de los líderes de la Gironda, facción moderada en medio del terror desatado por el radicalismo jacobino. La frase de madame Roland, expresada cuando se encaminaba a la guillotina, sintetiza uno de los grandes vicios políticos de todos los tiempos: la manipulación o tergiversación de los términos, incluso de aquellos que deberían suscitar los mayores acuerdos.

Y así como ha ocurrido con esa hermosa palabra, “libertad”, también otros conceptos sirven hoy para disfrazar dogmatismos, talantes autoritarios y hasta agendas francamente totalitarias. “Inclusión” y “diversidad” son dos ejemplos bastante actuales. Invocándolos sin mayor análisis —y a veces, excluyendo deliberadamente el contraste—, en nombre de la inclusión y la diversidad se están cometiendo innumerables atropellos contra las libertades individuales y la dignidad humana en muchos países.

Paradójicamente, como también nos diría madame Roland, suele pasar que quienes más nos aseguran que defienden la inclusión como norma social se muestran incapaces, en la práctica, de reconocer la existencia de razones válidas —no digo que las acepten, solo que las reconozcan— en los planteamientos ajenos.

Para no ir muy lejos, hace algunas semanas tuve una penosa experiencia con el exdiputado de ARENA, John Wright Sol, que estaba como invitado en el popular programa radial “Pencho y Aída”. Cuando uno de los anfitriones leyó a Wright un mensaje que yo le enviaba, invitándole respetuosamente a sostener un debate sobre algunas posturas que él ha tomado en ciertos temas controversiales, la respuesta del joven político fue desconcertante.

“La apertura para debatir”, dijo, “me parece un requisito de la democracia… Lo que me ha parecido en particular del señor Hernández (es que) lo menos que muestra él es apertura en sus posiciones y en sus opiniones… Si tú vas a entrar a debatir, tenés que tener una disposición y una apertura a priori de que estás dispuesto a cambiar tu opinión (sic). Pero sinceramente considero que es una persona que se considera dueño de la verdad absoluta… No sé qué tan productivo o qué tan beneficioso sea el ponerme a discutir con él… Entrar a debatir con alguien que no está dispuesto a cambiar de opinión… ¿para qué debatir?”.

Las contradicciones en una “argumentación” como la anterior son evidentes. Wright se presenta como alguien tolerante y abierto a escuchar a todos, habla “inclusión” y “diversidad” como características del movimiento político que lidera, pero cuando se le coloca delante de la posibilidad de discutir realmente sus opiniones, con alguien que siempre le guardará respeto aunque no comparta sus planteamientos, entonces procede a descalificar moralmente a su potencial adversario achacándole —ojo con esto— ¡una autopercepción!: la de considerarse “dueño de la verdad absoluta”. En resumen, adiós debate.

Lógicas muy similares estoy observando en personas que suelen ser más ponderadas en sus juicios, pero que en la actual coyuntura electoral se han apresurado a desacreditar las opiniones ajenas tachándolas de “fanáticas”, “intolerantes” o “cerradas”, solo por externar inquietudes que representan el sentir de un porcentaje respetable de la ciudadanía (porcentaje sin el cual, dicho sea de paso, es imposible ganar la Presidencia en primera vuelta).

Más que la “diversidad”, que como mera distinción entre personas u opiniones es un fenómeno observable en cualquier sociedad, a mí me gusta hablar más de la actitud que se encuentra a la base de la administración madura de las diferencias: el pluralismo.

Una sociedad plural no solo reconoce la coexistencia pacífica de quienes se reconocen diferentes, sino que alienta el contraste de ideas precisamente entre aquellos que parecen albergar las discrepancias más agudas. Es así como se construyen proyectos de nación perdurables: cuando los que se sientan a dialogar son los que mayores desacuerdos tienen. Predicarle al coro es muy cómodo, pero no resuelve problemas.

Escritor