Para resolver los graves problemas sociales entre los que vivimos, no hacen falta kilométricos debates, mensajes sesudos o análisis exhaustivos. Hacen falta, simplemente, propuestas. Estamos a siete meses de la elección presidencial, con dos candidatos ya designados por sendos partidos mayoritarios, otro que es candidato pero no es, y un partido que todos pensaban que presentaría un candidato, pero en veinticuatro horas lo ha cambiado por otro.
Así las cosas, tenemos candidatos y presuntos candidatos. Pero no tenemos nada en blanco y negro, ni propuestas, ni promesas, ni planes de acción. A la fecha contamos con ideologías más o menos trasnochadas, políticos de carrera en la izquierda y en la derecha luchando por seguir chupando del bote del dinero público, discursos huecos, críticas y victimización del auto proclamado “enfant terrible” de la política, y abundantes cortinas de humo que nos distraen de lo importante (políticamente hablando). Pero todavía no hay propuestas.
El gobierno actual ya dio todo de sí (poco, para decirlo de manera optimista), y estamos a tiempo para que quienes se postulen para el puesto hagan un buen trabajo de propuestas y planes de gobierno, encaminados a resolver, o al menos a intentar paliar, los principales problemas que nos impiden vivir en paz: violencia ciudadana, corrupción, impunidad.
Si lográramos entender que el enemigo a vencer no es el candidato del partido ajeno, sino los problemas que aherrojan el desarrollo de nuestro sufrido país, habríamos dado un primer paso. Tengo para mí que la complejidad de la política está sobreestimada por los políticos, analistas, periodistas, y electores, situación que se vuelve todavía más compleja en esta época de fake news, populismo, simplificación y posverdad.
El candidato que comprenda que la política no es solo la guerra por otros medios, sino, principalmente, el arte de hacer mejor la vida de la gente incluyendo a todos en la solución de los problemas, contaría indudablemente con mi voto.
Votar no se trata únicamente de elegir, sino de escoger entre quienes, a juicio del elector, está más capacitado para resolver los problemas en primer lugar, y para velar por los grandes temas: salud, educación, desarrollo económico, etc., en segundo lugar.
Durante años, demasiados años, hemos votado por miedo a que quede el otro; o por odio, procurando que no se haga con la presidencia la “oligarquía” o algún guerrillero… Pocos han votado por propuestas y planes de gobierno, pues pocos se han empapado de los mismos en las épocas preelectorales. Y así nos fue: hemos ido de mal en peor.
Necesitamos renovación, decencia, moderación, hacer la política de otro modo. Nos urge una política propositiva, postulada por candidatos que tengan la formación profesional y la experiencia de trabajo necesaria para sacarlas adelante.
No van a resolver los problemas ni los socialismos trasnochados, ni los estilos pendencieros, ni políticos acomodaticios, ni gente que pretenda manejar la cosa pública como asunto de su propiedad. Y la única manera de que las condiciones anteriores desaparezcan es que los políticos que pretendan gobernarnos presenten planes y propuestas, se rodeen de equipos de trabajo eficaces y dejen de lado la corrupción y el propio interés por medrar económicamente mientras ocupan cargos públicos.
La rapiña politiquera, y eso de subir puntos en la opinión pública insultando al contrario, en estos tiempos de híperinformación ya no tienen futuro. A ver si lo entienden los políticos de una vez por todas.
Ahora habrá que ver si los electores estamos preparados, y si no ¿cuándo lo estaremos? ¿Cuándo será que dejamos de hablar tanto de lo que nos asusta y más de lo que nos ilusiona? ¿Cuándo será que pondremos en la agenda los temas que construyen un país no a cinco años, sino a cinco décadas?
Ingeniero
@carlosmayorare