Es media mañana y suena una alarma. Quienes están en clases en un salón de una universidad en San Salvador en el primer piso de un edificio de cuatro, solo se miran entre ellos, surgen risas y bromas sobre lo que podría estar pasando y porque no hay ni temblores ni humo.
La alarma sigue sonando y, entonces, los primeros que bajan del segundo piso atendiendo la alarma, son estudiantes japoneses de español, y tras de ellos otros estudiantes.
La alarma se accionó por fallo técnico esta vez. Pero estos estudiantes japoneses dieron una primera lección: están preparados para actuar en caso de una alarma y sobre todo en El Salvador, un país que como el suyo está expuesto a terremotos y tsunamis.
A diferencia de los nipones, en nuestras escuelas muy poco se aborda el tema de los terremotos y el de los volcanes (aunque convivimos con 23 y seis de ellos activos). La gestión de riesgo debería ser materia en los planes de estudio y no solo un tema o unidad de Ciencias. Es en las escuelas donde se debe despertar el interés y vocación para que las futuras generaciones no solo sepan de protocolos ante emergencias, sino sean referentes para esos temas de la naturaleza.
Segunda lección. Un empleado de la Comisión Ejecutiva Portuaria Autónoma venía impresionado de su visita a Japón, ya que tienen cientos de puertos (marítimos y aeroportuarios) y todos en operación. En efecto, Japón dispone de cientos de puertos marítimos donde movilizan el 95 por ciento de sus mercancías.
Y es tanto el impulso de cara al mar que también han sido claves para apoyar en estos temas a otros países. Japón fue clave para planificar, diseñar y construir el Puerto La Unión, obra que costó $182 millones, de los cuales $101 millones fueron de un préstamo de la Agencia de Cooperación Internacional del Japón. Con intereses, ese puerto en desuso ya cuesta más de $200 millones.
A diferencia de los puertos japoneses, donde además de servir al comercio, al turismo, a la recreación, algunos son utilizados para plantas de tratamiento de aguas residuales, el Puerto La Unión cumplirá en diciembre próximo 10 años de haber sido inaugurado y de estar a la deriva.
Desde Saca, pasando por Funes y Sánchez Cerén, el Puerto La Unión está ahí tal cual un elefante muerto. Aunque este elefante cuesta mantenerlo $2.5 millones cada año. Para colmo los gobiernos se dieron el lujo de no mover un solo contenedor en ese puerto entre 2013 y 2017…
La tercera lección. Y no podía ser menos que en estos días del Mundial de Rusia. Fue una lección nada exclusiva para salvadoreños sino una lección global. La selección nipona jugó contra Colombia, Senegal y Polonia en la primera ronda y fueron eliminados en octavos de final por Bélgica en un partido vibrante. Primero fueron sus aficionados quienes no se retiraron del estadio hasta no haber recogido toda la basura que generaron con papelines, pitos, vasos, plásticos y todos los restos de lo que usaron para vitorear a sus ídolos. En los camerinos los jugadores hicieron lo propio, dejaron camerinos impecables y hasta un cartel en ruso: agradeciendo al pueblo ruso por la hospitalidad. Genialidad.
Pero qué pasa cuando vamos a un concierto o una fiesta popular en El Salvador, no se diga a la playa; El Tunco le hace honor a su nombre tras la Semana Santa, agosto o fin de año, aunque bien podríamos imitar en lo último a la cultura japonesa y no retirarnos del mar, parque o plaza sin recoger la basura. ¿Sería demasiado pedir?
Y en la última semana un millón de capitalinos fueron afectados por la carencia de agua como efecto de daños en una tubería de 48 pulgadas, ubicada en Nejapa. Increíble que con mayores ingresos por tarifas y por millonarias titularizaciones, Anda deba depender de una tubería para afectar o beneficiar a un millón de personas. Por qué no apostar por tener cuatro o seis de esas tuberías, a construir reservorios para no padecer en época seca.
Las diferencias entre el mundo desarrollado y nosotros está entre tener respuestas o solo reaccionar. Esto último es a lo que se han mal acostumbrado funcionarios por mucho tiempo. Me cuenta un amigo japonés que ellos pueden tomar agua de cualquier grifo que esté en plazas, escuelas o parques y sabe que no tendrá dolor de estómago porque detrás de ello hay un aparataje garantizando no solo que esa agua sea potable, sino saludable.
El salvadoreño demanda mejores cosas y no que haya otra erupción volcánica o una inundación para reaccionar, para ver qué pasa o para que funcionarios se froten las manos con la cooperación posterior a cada catástrofe o en el peor de los casos, para seguir dando lástima.
Periodista.