Por momentos bajaba la mirada para suavizar el intenso dolor de cabeza que abarcaba sus sienes, en especial el ojo izquierdo, donde el dolor tomaba forma de pulsos, constantes, hirientes, desesperantes.
No sabía si había dormido media o una hora en aquella cama de colchón débil que permitía sentir el metal de su estructura y sus resortes bajo la mitad derecha de su cuerpo, pues solo de lado podía dormir. Las parturientas habían comenzado a dilatar a las 4:00 de la tarde o llegaban de la calle ya coronando. Había entrado a trabajar al hospital antes de las 7:00 de la mañana, había “recibido” el turno a las 3:00 de la tarde, en la Emergencia, donde después de atender varias mujeres con flujo, hemorragias o contracciones esporádicas, salía corriendo a atender un parto a toda prisa para que no se convirtiera en “camazo” (dar a luz en la camilla). Gracias daba por la presencia de un par de enfermeras que sin ser amigas de ella, siempre estaban dispuestas y sonrientes a ayudarle.
La hora de la cena en el hospital para estudiantes internos había pasado y ni cuenta se había dado. Estaba entre parto y parto, curando heridas infectadas en el cuarto de “Ginecología”, que estaba unos trescientos metros del gran cuarto de “Obstetricia”, donde reinaba la acción. “Obstetricia”, con 60 mujeres en varios estados: Preparto, posparto, placenta previa, preeclampsia, etc. El “cuarto” para los Estudiantes Internos que rotaban por Ginecología y Obstetricia durante 2 y medio meses, como ella, estaba en una esquina de 2.50 por 1 metro, formado por dos paredes de durapanel, con una altura de 2 metros. Dentro del “cuarto” estaban dos camitas desniveladas, con un colchón viejo cada una, cubiertas con una sábana hospitalaria blanca, sucia, pues raramente se cambiaba.
A las 4:00 a.m., uno de los Externos, estudiante de Medicina de quinto año, la había felicitado por haber atendido 19 partos vaginales, suturando las correspondientes episiotomías (cortes quirúrgicos para facilitar el parto vaginal). Él había atendido tres. No supo si sentirse alegre. No sabía que sentía. Ella sola había realizado ese turno pues su compañera Interno estaba incapacitada por parálisis facial y los residentes de turno ni se habían acercado a ayudarla porque estaban viendo televisión en el “Cuarto de los Residentes”. Tenía hambre y sed. Hacía frío, pero notaba que el “traje verde” que llevaba puesto estaba empapado de sudor.
Se fue a acostar al cuartito. No podía dormir. Escuchaba los llantitos de algunos recién nacidos. Sabía que pronto tendría que ir a poner indicaciones a todas las pacientes y que seguramente llegarían emergencias. Le preocupaba el examen teórico de las 2:00 p.m. del día que iniciaba y no había podido estudiar. Con turnos cada 3 días, entrando cada día antes de las 7:00 de la mañana y saliendo a las 3:00 de la tarde del día siguiente, sin dormir por 32 horas, no sentía ánimo de hacerlo.
Se puso a contar las rayas que habían marcado otros compañeros, con lapicero, en una de las paredes del cuarto, indicando el transcurrir de los 75 días de la rotación que cada uno de ellos había vivido allí.
Despertó al aviso de la enfermera: Que corriera, decían. Al llegar a la Emergencia no pudo evitar detenerse ante el intenso y fétido olor que provenía de la salita donde habían introducido a la enferma que debía atender.
“Sos una inútil... Me voy a encargar de que te jodan bien y no pasés la rotación”, le decía con rabia el residente de segundo año, a quien apodaban “Gato Viejo”, mezcla de haragán y pícaro. Las lágrimas comenzaron a brotar. No podía evitarlo. No recordaba cómo había dejado esas torundas en la vagina de esa paciente. La fetidez era producto de la infección desarrollada. En el turno de tres días antes las había olvidado en la vagina, después de suturarle la episiotomía, a las 3:00 de la mañana. Intentaba recordar y no podía. Tenía ese tiempo borrado en su mente. La culpa intensificaba el dolor de cabeza. “Y ya sabes: “Tenés ‘samingo’” (después del turno del viernes próximo se debía quedar trabajando, todo el sábado, todo el domingo, hasta las 3:00 p.m. del lunes = 80 horas consecutivas de trabajo).
La Comisión de Salud de la Asamblea Legislativa tiene en estos momentos la oportunidad histórica de aprobar un anteproyecto de Ley para regular los horarios de trabajo que realizan los estudiantes de Medicina Internos, en Servicio Comunitario y los Residentes; y terminar los abusos laborales hacia ellos y que la población mayoritaria de este país deje de ser víctima de errores médicos cometidos por el agotamiento físico y mental que desarrolla este personal de salud. Qué la sabiduría los cubra con su manto.
Y a los que quieran defender este arcaico modelo, que Dios en su infinita misericordia los perdone, porque este modelo ha sido, sin duda, causante de mucha morbilidad y mortalidad en los hospitales públicos.
Médica,
nutrióloga y abogada