Buscan sentirse superiores a los demás, demandan mucha atención, sienten rechazo por aquellos que pueden quitarles protagonismo, no les interesan las otras personas, son vulnerables frente a la apreciación que los demás tienen de ellas, les interesa que se haga lo que ellas dicen, son conflictivas, manipuladoras y creen tener siempre la razón.
A diario y en todos los ambientes se puede encontrar esta clase de personas con el ego encumbrado, cegadas por sus mezquindades y ambiciones desmedidas en muchos casos.
Hay que aclarar que el ego es parte de la naturaleza humana y, por tanto, no es malo. Pero no saber manejarlo es motivo de conflictos y rechazo y hace difícil la convivencia humana.
Lo cierto es que por debajo de lo que estas personas proyectan se encuentra una autoestima débil, la cual puede ser inestable y afectarles significativamente su personalidad y su trato con los demás.
Dependerá mucho de cómo el individuo comenzó a desarrollar su personalidad desde pequeño, cuál fue su formación, su escala de valores, las normas que aprendió, la conciencia que tuvo de su realidad, lo cual permitirá hacer una valoración de por qué su comportamiento.
Los padres siempre juegan un papel importante en la formación de sus hijos y, por lo consiguiente, en el desarrollo de su personalidad, al igual que la escuela y la sociedad, que también contribuye. Se debe ser muy cuidadoso y responsable en esa formación, en establecer los límites, ya que de eso dependerá su forma de ser y de comportarse en el presente y en el futuro.
No contribuyan a formar personas ególatras, que desean que todo gire alrededor de ellas, hasta el grado de idolatrarse; eso les daña, aunque no lo aparenten. Enseñen cómo encontrar el equilibrio en la búsqueda de satisfacer sus necesidades, que no se debe llevar de encuentro a los demás o hacer sentir mal a las personas, para lograr sus objetivos y si ustedes, padres no fueron formados en ese sentido, están a tiempo de buscar alternativas para modificar su proceder y aprender a formar a sus hijos, para que no sufran y no hagan sentir mal a los que les rodean.
Sigmund Freud define el ego como el “yo” o el “sí mismo”, que se encarga de satisfacer las necesidades de las personas. Cada persona debe trabajar para que este no se salga de control y guarde un equilibrio en la forma de comportarse, que le permitan una adecuada convivencia con los demás, respetar para que lo respeten, ser considerado, ecuánime y empático.
El mundo lamentablemente ya tiene bastantes ególatras que buscan su propio beneficio, personas indeseables a quienes no les importa el bienestar de los demás y nuestro país no es la excepción, aparte de los problemas sociales que ya adolece.
Habrá entonces que apostar siempre a la educación, a la formación que se brinda a los jóvenes, para que sean personas de bien, empáticas con los demás, que vivan con los pies puestos sobre la realidad, que aprendan a valorar los méritos que las otras personas poseen antes de enfocarse en hacer alarde de los propios o en los que se cree poseer y por su parte, aprenda a controlar su ego, modificando y mejorando conductas.
Siempre es recomendable buscar ayuda profesional que sea determinante para superar estos problemas.
No deje que su ego crezca más y más, ya que puede convertirse en una burbuja de aire tan grande que puede estallar y dañarle.
Licenciada en Psicología
y Máster en Diseños y aplicaciones
en Psicología y Salud.
Colaboradora de El Diario de Hoy.