Las audiencias queremos programas de calidad

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29 June 2018

Debido a un obligado reposo y dado que no podía leer ni tejer, tuve la oportunidad de ver programas de televisión que nunca veo. Y quedé muy sorprendida por la absoluta ausencia de pudor, de decencia, de respeto y de total falta a la privacidad que muchos de ellos exhiben. Por el contrario, encontré abundancia de vulgaridad, de malos ejemplos, de palabras soeces y actitudes retadoras y ofensivas. La gente se para delante de un micrófono y frente a una cámara y se desboca comentando las más atroces intimidades, sin sonrojo alguno. ¿Cómo es eso? Ni mencionar la pobreza del lenguaje, plagado de muletillas y términos que, en resumidas cuentas, pueden significar todo lo contrario de lo que semánticamente expresan.

Es decir, estamos por caer, de una vez y para siempre, en la tiranía de la ignorancia y la vulgaridad. Muerte a la cultura, al buen gusto en el hablar y el vestir; muerte al amor por el conocimiento, muerte al deseo de superación, al éxito bien logrado, al esfuerzo que lleva al triunfo. Lo deseable, lo políticamente correcto, es la tolerancia, y para ser verdaderamente tolerantes, debemos sumirnos todos en la más absoluta mediocridad. Porque solo siendo mediocres, no ofendemos a nadie.

Pensarán que para qué desperdiciar tiempo en un tema como este, cuando tenemos enfrente graves asuntos que podrán determinar la vida o muerte de nuestro país como república democrática. Precisamente por eso hago estos comentarios. Porque nuestra población se “nutre” de esos programas, que vienen a convertirse en sus maestros, sus asesores, sus ideales. ¿Cómo no aceptar el aborto, cuando sus admirados personajes lo defienden? ¿Cómo no experimentar todas las ahora llamadas “preferencias sexuales”, si en sus programas favoritos es lo esperado? Y tratando de imitar a tan degradantes personajes, las muchachitas dejan de serlo, los varones se convierten en “rudos” y arruinan su vida antes de tan siquiera comenzarla.

También los mayores se tuercen con esos ejemplos y buscan la manera de ser como esos antihéroes, quieren volverse ricos y exitosos sin importar de qué manera, abandonan a sus familias para “vivir su vida” y se enfocan solamente en tener, olvidándose del ser. No se consideran como “corruptos”, sino que son “vivos”. Y si se dejan embaucar por unos vacíos personajes de la televisión, mucho más fácilmente serán embaucados por un político mesiánico, fantoche y sin escrúpulos, convenciéndolos de sus nuevas ideas, aunque nunca les diga cuáles son.

Cierto que, antes de cada programa, recibimos un recordatorio de que “los padres son los responsables de lo que sus hijos ven; este programa es clasificación… para…”. Muy bien. Pero también la empresa privada puede hacer muchísimo en dos importantes sentidos: como dueños de televisoras, escogiendo mejores programas; y como anunciantes, siendo muy exigentes en relación a la calidad y contenido de aquello que patrocinen. Porque no hacerlo, es colaborar con la degradación de nuestra población.

Y como teleaudiencia, ejerzamos nuestro poder: escribamos al canal (con buena ortografía, por favor), quejémonos, hablemos con datos. Y también dirijámonos al patrocinador, que si tiene una certificación internacional o publicita sus políticas de responsabilidad social, tiene la obligación de tomar en cuenta la opinión pública. Principalmente, nosotras las mujeres, defendámonos. Que dejen de exponernos como idiotas o como promiscuas. Defendiéndonos nosotras, defendemos también a nuestros hijos y a nuestro país.

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