Las revoluciones culturales raramente han sido fenómenos masivos. Los cambios importantes en la escala de valores han sido fruto del trabajo de una minoría convencida y tenaz. Así fue la abolición de la esclavitud en el mundo occidental, la conquista de los derechos civiles para los ciudadanos afroamericanos en los Estados Unidos y las opiniones mayoritarias en asuntos como el consumo de tabaco: las tres supusieron grandes cambios impulsados por pocas personas y acogidos por la mayoría.
Otro modo de ver esto es decir que las mayorías culturales no son fijas. La opinión pública cambia, avanza y retrocede, y cuánto más intrincado es el tejido comunicacional en una sociedad, con más rapidez las nuevas ideas van prendiendo cuerpo en unos pocos que terminan por darle vuelta a la opinión general.
¿De qué tamaño, proporcionalmente, debería ser una minoría que logre cambios reales en las mayorías? Cuatro investigadores de las universidades de Pensilvania y Londres han publicado recientemente un artículo en la revista Science en el que, a partir de experimentos sociales, han logrado determinar que la masa crítica necesaria para cambiar opiniones mayoritarias se alcanza cuando el 25 % de personas no solo están convencidas de algo, sino que se proponen hacer cambiar al 75 % restante.
A partir de ese primer hallazgo, las conclusiones del estudio se amplían: el porcentaje relativo de la masa crítica debe aumentarse cuando se trata de cambiar posturas mayoritarias con más tradición; la minoría transformadora no depende del tamaño de la población, un 25 % de innovadores puede cambiar el consenso entre mil personas o entre un millón; cuando las convicciones a cambiar son manipulables emotivamente, el cambio se puede lograr más rápidamente, pero la proporción de los transformadores no varía; las recompensas económicas no tiene mayor efecto, ni en la creación de la masa crítica, ni en la opinión mayoritaria; la opinión pública no tiene capacidad de mantener enfocado un asunto durante mucho tiempo, incluso cuando es algo de mucha importancia, por lo que quien quiera influir de verdad tiene que incidir en pocos y con perseverancia; y el último: el hecho de que una opinión sea impulsada y promovida por una minoría, aunque esta alcance el 25 %, no garantiza que haya un vuelco en la opinión mayoritaria.
Si bien el estudio hace énfasis en el poder de una minoría activa en relación a una mayoría pasiva, los autores también llaman la atención sobre el papel del gobierno y de los políticos en las transformaciones sociales, y sobre el protagonismo o ausencia de los medios de comunicación en el empeño. Sin embargo, están claros de que “un vuelco en la opinión no basta para que haya un vuelco en la realidad”.
En las transformaciones sociales en el largo plazo influyen decididamente las leyes y las políticas sociales. La opinión general puede ser un catalizador de corta e intensa duración. Sin embargo, en el mediano y largo plazo, lo que hagan o dejen de hacer los legisladores, y las políticas establecidas y llevadas a cabo por el Ejecutivo, son determinantes.
Ingeniero @carlosmayorare