La soledad que mata

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29 June 2018

En un mundo cada vez más poblado y con menos posibilidades para encontrar espacio y tiempo para manejar la intimidad, es increíble que gran parte de la población viva en estado de soledad. Se estima que entre un 25 a 60 por ciento de los humanos viven en estado de soledad.

Estudios recientes consideran que la soledad de los individuos en las sociedades occidentales puede ser más común que sufrir de diabetes o la hipertensión arterial. Más aún, sabemos que la soledad debe ser considerada como una enfermedad de característica social y que da origen a otras enfermedades físicas y psicológicas.

Investigaciones realizadas en diversos animales han demostrado que de manera indistinta de la forma de vida que se estudie, la soledad producirá efectos nocivos: Las moscas de la frutas y las abejas mueren más rápidamente cuando son aisladas del resto de la colmena, los ratones de laboratorio desarrollan diabetes y se vuelven hipertensos cuando se les separa de otros ratones, provoca alteraciones psicológicas y sexuales en monos que son aislados de sus grupos y en los humanos se producen cambios que van desde la modificación de los patrones del sueño hasta padecer de enfermedades serias y crónicas.

El impacto directo de la soledad en la salud de los humanos equivale al consumo de 15 cigarrillos al día, lo que provocará acortar la vida en un promedio de ocho años. Esto sin mencionar que el tabaquismo es más común en aquellas personas que se autodenominan solitarios. De manera que en ellos el tabaquismo y la soledad tienen un efecto agregado en la posibilidad de muerte temprana.

Los institutos nacionales de salud de los Estados Unidos ya consideran a la soledad como una epidemia y un riesgo para la salud pública. Es por estas razones que para disminuir esta “epidemia de soledad”, que afecta a individuos de todas las edades, ya se han iniciado campañas masivas para contrarrestar las causas y los efectos de la soledad.

El Reino Unido desarrolló el programa “Campaing to end loneliness” (“Campaña para terminar con la soledad”) y en Estados Unidos la cruzada “Connect2affect” (“Conectarse para el afecto”). Estos programas nos muestran que aun cuando la soledad se comporta como una enfermedad que puede afectar individuos de cualquier edad, la proporción más alta la vemos en los ancianos. Sin embargo, debemos admitir que la soledad no hace discriminación de estatus socio-económico, región o país.

Estos programas han sido claves para darnos más información sobre la soledad que sufren las personas; fundamentalmente nos revelan que los dos eventos que las personas solitarias más añoran en sus vidas son “el tener a alguien sentado a la par” y “tener alguien con quien reír”. Asombra que en términos generales muchos solitarios no mencionan necesariamente el lenguaje verbal como mecanismo de comunicación y que la presencia física en su forma más simple se vuelve un lenguaje de comunicación en si mismo.

Del tiempo que pasamos despiertos destinamos hasta un 80 % buscando permanecer con otras personas, y a pesar de que muchos puedan opinar sobre “disfrutar de la soledad”, los humanos nos sentimos complacidos y tenemos una tendencia natural a formar grupos con otras personas, sobre todo cuando los consideramos “buena compañía”.

Si ponemos más atención a nuestro entorno, nos asombrará descubrir a muchas personas que adolecen de la temida soledad, que hemos descrito. El reconocer este fenómeno como una enfermedad, es el primer paso para tratarla efectivamente, solamente necesitamos proporcionar nuestra presencia física.

Médico y Doctor en Teología