Mucho se ha hablado del CD y de la compra de su voluntad por parte de Nayib Bukele los últimos días. El joven político nos tiene acostumbrados a su necesidad de ser siempre el centro de atención; sin embargo, esta vez es diferente. Desde hace un par de meses se venía formando un movimiento político llamado Nuevas Ideas. Este era liderado por él mismo y su objetivo, supuestamente, era crear una plataforma para poder lanzar al exalcalde de San Salvador a la presidencia; por lo menos eso le dijeron a la gente. Conformado por personajes obscuros y con pasado manchado, Nuevas Ideas mostró, desde el principio, tropiezos en su proceso de inscripción: para unos, una triste coincidencia; para otros, una sospechosa conspiración.
El movimiento carecía de una estructura ideológica o logística. Su funcionamiento orbitaba alrededor de un líder único y la propaganda en redes sociales; un movimiento centrado en un líder único, similar a la estrategia nacionalsocialista de Alemania a principios de los años 30. Nayib Bukele, como era de esperarse, empezó rápidamente a intentar dañar la imagen de instituciones como el Tribunal Supremo Electoral (TSE), la Asamblea Legislativa, la empresa privada, ARENA y el FMLN… en fin, pintando a todos menos a él como culpables de los males de El Salvador. La historia nos ha demostrado que, cuando las cosas van mal, nada funciona mejor que culpar a alguien más y presentarte a ti mismo como solución única. Todo gran líder necesita una gran crisis para brillar.
Bukele vivió de promesas de crear algo nuevo y generar un cambio. La gente le creyó; salieron como borregos al matadero, bajo el sol y largas filas, para apoyarlo a fundar eso que, para muchos, significaba una nueva esperanza. Durante la efímera existencia de Nuevas Ideas como un espejismo de partido, Nayib logró vender la idea de que el TSE, ARENA y FMLN estaban bloqueando su candidatura, situándolos así como enemigos de la democracia y los ciudadanos de bien. Lo cierto es que el exalcalde siempre intentó jugar contra las reglas: se pasó de la fecha para poderse inscribir y convocar elecciones, imposibilitando su candidatura desde un principio. Al perder esto, parecía ridículo gastar en publicidad y mítines, a no ser que sus intereses nunca hayan sido lograr algo con Nuevas Ideas.
El jueguito de Nayib con Nuevas Ideas fue una estrategia de características maquiavélicas con el fin de debilitar la imagen de sus rivales; hacer pensar a sus seguidores que las instituciones del Estado conspiraban en su contra, y situarse a sí mismo como la única esperanza en una crisis política inexistente. La compraventa del partido Cambio Democrático confirma la farsa de Nayib: nunca tuvo interés en proponer algo nuevo ni generar un cambio. Su único interés desde el principio fue conseguir una plataforma para impulsar su carrera personal a costa del sacrificio y las esperanzas de quienes creyeron en él. Los traicionó y barrió el piso con las horas que muchos sacrificaron por Nuevas Ideas.
Con $2 millones, Bukele acabó con la única alternativa al FMLN dentro de la izquierda salvadoreña. Ahora, Cambio Democrático será dirigido por una persona con fuertes vínculos con gente de gran influencia dentro del FMLN como es don Fabio Castillo. Con estrategias sucias y un par de millones, Nayib Bukele ha demostrado estar muy cómodo con las “antiguas prácticas” de corrupción dentro de la política que él tanto ha criticado: todo con tal de obtener lo que quiere. El egocentrismo, la demagogia y el culto a una figura individual representan para nuestro país la vuelta al populismo de la primera mitad del siglo XX en Europa, que también estuvo presente en los caudillos socialistas del siglo XXI en Sudamérica.
La historia nos ha reiterado el peligro de seguir a figuras como esta. El Salvador se encuentra al borde del colapso con un Estado fallido. La situación institucional es deplorable y la corrupción reina como forma de gobierno. Es absolutamente peligroso creer en figuras mesiánicas que engañan a las masas y las divierten con pan y circo, como en la antigua Roma. Nayib Bukele quiere que pensemos en él como salvador de la Patria, que se rinda culto a su imagen y se descarten todas las opciones que se le oponen; sin embargo, ha demostrado no ser más que un político con un accionar corrupto y mentiroso, en nada diferente a lo que él tanto se dedica a atacar.
El momento es crucial. En nuestras manos está sacrificar la democracia por el populismo, creyendo en falsos profetas sin propuestas ni estudios serios; o atrevernos a apostarle a proyectos de nación, a profesionales y emprendedores que saben generar empleo y hacer crecer la economía. La trayectoria de Nayib se puede describir como la crónica de una farsa anunciada. Sus estrategias, oscuras y maquiavélicas, han demostrado que es capaz de mentir y engañar cuanto sea necesario con tal de conseguir sus fines personales: fama, poder y dinero. En él no existe nada nuevo ni nada mejor. Solo un niño mimado que quiere jugar a ser presidente sin importarle el daño que su incapacidad y discursos polarizadores le causan al país.
Nayib Bukele no es alternativa, no es nueva propuesta: es una máquina de engaños y métodos corruptos. Para fines prácticos: más de lo mismo. Un mentiroso patológico con necesidad de gloria y atención para satisfacer su ego. Yo no pienso creer en mentiras populistas como se hizo en la Alemania e Italia de los años 30; en la Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia y Brasil de principios de la década de 2000; ni en El Salvador de 2009. Hemos tenido suficiente de eso. Es tiempo de volver a apostarle a la preparación, al profesionalismo, al emprendimiento y a la creación de empleos; no podemos seguir creyendo en propuestas vacías, basadas en sentimentalismo y división. En nuestras manos está empezar a crecer como país, o creer en Nayib Bukele y terminar de hundirnos en el subdesarrollo.