No le toques ni un pelo a mi hijo

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20 June 2018

Hoy por la mañana vi un vídeo de niños centroamericanos llorando en un centro de detención donde el servicio de inmigración estadounidense (ICE) les ha retenido. Los niños han sido separados de sus padres al cruzar la frontera de México a EE. UU. Un guardia hace una broma refiriéndose a los llantos de los niños: “¡Oye, que aquí tenemos una orquesta… solo nos falta un conductor!”. El guardia les pregunta de dónde son. De El Salvador, contesta uno.

En nuestra relación con EE. UU. hay muchas ambigüedades. Por un lado, es nuestro gran aliado, un mercado de destino para nuestros productos y un cooperante fiel. Miles de millones de dólares han sido invertidos en nuestra región para apoyar el desarrollo, el crecimiento económico, la lucha contra la criminalidad.

Y a la vez, dentro de nuestra relación con EE. UU., también hay tensiones producto de una inherente contradicción entre la relación implementada aquí sobre el terreno, de cooperación, diálogo, respeto; y otra, manejada a distancia, bajo la lógica de Washington, con otros tonos, como “cero tolerancia” o “shithole”. Con el paso del tiempo, esa doble dinámica se está tornando insostenible. Por ejemplo, si bien somos aliados, la política migratoria estadounidense actual proactivamente separa a nuestros hijos de sus padres como medida para desincentivar el flujo de salvadoreños hacia el norte.

En el mundo diplomático hay varias maneras de razonar sobre esa semejante contradicción. EE. UU., como estado soberano, tiene derecho de aplicar sus propias leyes. No podemos nosotros romper la relación con nuestro aliado por un tema puntual como este, pues la relación tiene muchos matices. También los portavoces de la administración estadounidense han respondido a este último pencazo migratorio alegando, de manera surreal, que no es su responsabilidad y que la culpa es de alguien más, probablemente de los demócratas, o de los mismos migrantes.

Para mí, ciudadana común y corriente, estas explicaciones suenan vacías. Me parece insólito que nuestros hijos estén en jaulas, arrancados de los brazos de sus familias. Es simplemente insoportable.

No solemos confrontar a nuestro aliado grande acerca de sus contradicciones, pues tememos cualquier represalia (ver como exhibición A, la cascada de recriminaciones entre partidos tras la revocación del TPS). Pero quizás hemos alcanzado una línea roja aquí, a partir de la cual la relación con el aliado pudiera perder bastante. Claro que estamos dispuestos a tolerar mucho con EE. UU. y ellos de nosotros, porque nos necesitamos mutuamente. ¿Pero aguantar también el abuso a derechos humanos de nuestros hijos?

Me alienta que el Gobierno de El Salvador emitió un comunicado fuertemente articulado, llamando la atención al Gobierno de Estados Unidos sobre este afronte y demandando medidas inmediatas para proteger a esas criaturas. Pero no he visto que la embajadora Jean Manes, normalmente una gran amiga del país, responda o abogue por revertir un trato tan asqueroso a los hijos de un supuesto aliado. Al contrario, en la página web de la Embajada americana hay noticias sobre cooperación, sobre Venezuela, sobre becas.

Puede que sea muy ingenua, pero el sentido común me dice que no se vale deshacer con una mano lo que hiciste con la otra. Es contraproducente apoyar al combate de la MS-13 en los cantones rurales de nuestro país y luego deportar una tanda semanal de miembros de pandillas sacados de las cárceles americanas. No hace sentido cooperar en la construcción de escuelas y bibliotecas salvadoreñas, por un lado, y luego detener a niños salvadoreños sin sus papás en tiendas de campaña a medio desierto de Texas.

¿Qué podemos hacer —yo, tú, todos— para poner fin a esa situación? Conmovida por lo que he visto, hago esta sugerencia: señores y señoras líderes gubernamentales, del sector privado, de la sociedad civil, por favor escriban o llamen a todos sus contactos estadounidenses, especialmente a los que están en el poder. Díganles que estamos frente a una línea roja y que abusar de nuestros niños no está a la altura de la relación que hemos construido entre países durante décadas. Como han hecho miles de americanos en las últimas semanas, incluyendo la ex primera dama Laura Bush, escribamos, posteemos, tuiteemos, llamemos, insistamos, hasta que se nos oiga en Santa Elena y en Washington; hasta que esos niños puedan ser recuperados por sus familias. Si no alzamos nuestras voces para apoyar a nuestros hijos, ¿para qué sirven?

Fundadora

de Foro Paz