La cloaca

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Por Carlos Mayora Re

16 June 2018

Se ha sabido que más de seiscientos millones de dólares de dinero perteneciente al Estado han sido mal versados (robados… para decirlo sin eufemismos) por dos expresidentes y su camarilla.

Estos hechos hacen que el tema de la corrupción ocupe el centro de muchas conversaciones y debates. Sin embargo, con más frecuencia de la deseable el tema se trata como si fuera un asunto policíaco: cómo se supo, qué mecanismos pusieron en marcha los ladrones, qué papel está jugando la Fiscalía; político: cómo afectara a uno u otro partido o candidato la actuación de los corruptos…; o de envidia y morbo: en qué y quiénes se gastó el dinero, qué propiedades fueron adquiridas, qué lujos se dieron con el dinero mal habido, etc.

Sin embargo, esa forma de tratar las cosas no es la mejor, porque en muchos casos se considera la corrupción como un efecto, y no como una causa. Se ve como la consecuencia de personas en las que a una ambición desmedida se añade la absoluta falta de escrúpulos, y que medran en un sistema legal embrollado y fácilmente esquivable. En esa misma línea, bastantes de las soluciones se orientan a endurecer leyes, a mejorar el funcionamiento de las instituciones, o simplemente encarcelar corruptos.

Vale la pena ver la cosa al revés: la corrupción personal y la falta de escrúpulos no es resultado de instituciones débiles o inoperantes, sino la causa de un sistema torcido y retorcido para que quienes lleguen a posiciones de poder se sirvan con la cuchara grande, balden las instituciones y los mecanismos regulatorios y consigan una apariencia de vigilancia que les permite actuar en la sombra: Corte de Cuentas de la República, Secretaría de Participación Ciudadana Transparencia y Anticorrupción, Ley contra el lavado de dinero y activos, LAIP… etc.

Ya se sabe: amarrar chuchos con chorizos es de malvados, ingenuos, idiotas o ineptos. Los corruptos lo saben perfectamente y mientras navegan con bandera de honorabilidad, hacen sus transas y negocios turbios simultáneamente con el montaje de oficinas, secretarías, leyes, y lo que sea, para ganar tiempo y levantar parapetos que tapen sus robos.

¿Qué es primero: políticos honestos o instituciones honestas?... el huevo o la gallina. Sin embargo, por algo hay que empezar, y el sentido común te dice que solo personas idóneas y probas pueden hacerse cargo de sacar adelante primero el saneamiento de la cloaca en que se ha convertido buena parte de las instituciones gubernamentales, y después trabajar de verdad por todos y no solo al servicio de un puñado de ladrones de cuello blanco y verborrea de encantador de serpientes.

Es verdad que el ideal de una república es que en ella sea efectivo el imperio de la ley; dado que esta educa, altera el modo en que se comportan las personas, modifica las relaciones interpersonales y prevé lo mejor basándose en la justicia. Pero ante un puñado de ladrones en el poder, no hay ley que funcione si estos, además de contar con el permiso tácito de las instituciones responsables, actúan con impunidad o en connivencia —sino confabulación— con funcionarios e instituciones de todos los poderes del Estado.

Hemos llegado a una situación en la que parece que la ley solo es vigente para un puñado de ciudadanos y esto es mortal para cualquier sociedad: el cáncer que mata el derecho no es la injusticia, es la corrupción.

Para bastantes de los que funcionan dentro del mundo de la economía informal, pertenecen a camarillas políticas de saqueo del Estado, o son miembros de estratos sociales privilegiados, es absolutamente superfluo un aparato legal que obliga al resto a pagar impuestos, cumplir controles y regulaciones cada vez más engorrosas, y alimentar con el fruto de su trabajo —por vía directa o indirecta— la insaciable bestia de la corrupción. Y así… no se puede.

Ingeniero

@carlosmayorare