Primaveras centroamericanas

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Por Daniel Olmedo

07 June 2018

Primero fue Guatemala.

En 2015 se investigaba una estructura de corrupción en las aduanas. La organización involucraba a la cúpula del poder político. La indignación popular estalló.

Las manifestaciones llevaron a renunciar a la vicepresidente, y luego al presidente. Ambos fueron detenidos. Miles de guatemaltecos en las calles hicieron que cayera el gobierno. Aquí muchos envidiaban a los guatemaltecos por su arrojo en protestar en las calles.

Luego vino Honduras.

Todo inició con un fraude a la Constitución fraguado por la misma Sala de lo Constitucional hondureña en 2015. Permitió la reelección presidencial cuando la Constitución lo prohibía expresamente.

En 2017 era la elección presidencial, y el presidente, cobijado por esa sentencia, competía por su segundo mandato. Pero el escrutinio estuvo lleno de irregularidades. La OEA pidió que se repitieran las elecciones. Muchos hondureños indignados salieron a protestar a las calles. Las manifestaciones fueron bastante más violentas que las ocurridas en Guatemala.

El presidente logró resistirlas. Asumió su segundo mandato presidencial en medio de una ola de protestas populares. Aquí, otra vez, aparecieron muchos envidiando a los hondureños por su coraje en salir a protestar.

Ahora es Nicaragua.

Unas reformas al sistema previsional detonaron manifestaciones populares. El gobierno intentó contenerlas dejando sin efecto las reformas, pero era muy tarde. Las protestas ahora se dirigen contra el control absoluto de la dinastía presidencial sobre el Estado, y el sistema corrupto y mercantilista construido en connivencia con la cúpula empresarial. Los manifestantes piden la salida del matrimonio presidencial.

Los estudiantes universitarios protagonizan las protestas. El gobierno usa la estrategia de Maduro: Intenta ganar tiempo con la retórica del diálogo, mientras permite que sus hordas paramilitares fustiguen a los manifestantes. Los muertos ya superan la centena. Aquí, nuevamente, aparecen muchos envidiando el heroísmo de los jóvenes nicaragüenses en estas protestas populares.

Pero es probable que no haya mucho que envidiar a nuestros vecinos.

Las protestas ocurridas en Guatemala, Honduras, y ahora en Nicaragua, son el último recurso para canalizar demandas populares. Y se justifican cuando todas las salidas institucionales se han cerrado. Son románticas las primaveras políticas y su épica, héroes, y frases cautivadoras en las pancartas. Pero son un síntoma del grave deterioro institucional.

Nuestra democracia tiene muchos problemas. No nos libramos de la corrupción, y la ineficiencia del Estado en cumplir sus funciones más básicas. Pero, mal o bien, las vías institucionales continúan operando para canalizar la voluntad popular de un modo más civilizado que en Guatemala, Honduras y Nicaragua.

Un ejemplo de ello es lo ocurrido el 4 de marzo. No fue necesario que el descontento popular con el gobierno se expresara en protestas públicas. Se hizo en las urnas, y de una manera contundente.

La reacción del mismo gobierno se enmarcó en la institucionalidad. Lejos de desconocer los resultados, intentan recuperar el terreno perdido dentro del mismo juego político.

Tenemos nuestros pecados. En 2012 hubo un intento de golpe de Estado a la Sala de lo Constitucional, y eso llevó a gente a las calles. Fue la crisis democrática más grave desde la firma de los Acuerdos de Paz. Pero, luego de ello, los problemas los hemos ido solucionando —con desaciertos, en muchos casos— por las vías institucionales.

Mientras sea posible, es mejor que los conflictos políticos y sociales los ventilemos en el aburrimiento de la institucionalidad. Las primaveras centroamericanas pueden ser muy cautivadoras. Los héroes son románticos. Pero pensémoslo dos veces si deseamos que algo así ocurra aquí. Esa épica puede resultarnos demasiado costosa, si aún hay vías institucionales disponibles. Y creo que, por el momento, las hay.

Columnista de

El Diario de Hoy

@dolmedosanchez