Es preocupante el índice de muertes de mujeres producto del fenómeno de la violencia, cuyos perpetradores resultan ser sus propios cónyuges, compañeros de vida y hasta hermanos; sin embargo, el problema viene de hace mucho tiempo atrás y varios casos han quedado simplemente en un registro más de muertes.
No se puede ser indiferente a estos hechos de barbarie, cuando El Salvador pertenece a los países de América Latina con mayores índices de violencia, especialmente hacia las mujeres, lo que permite alertar no sólo a las autoridades, sino a la población en general.
Resultará seguramente importante para las instancias competentes buscar mecanismos que contribuyan a la protección de mujeres que denuncian hechos de violencia, pero además se debe trabajar en campañas, tanto en los diferentes centros educativos como diversos sectores del país, para sensibilizar a la población a denunciar cualquier tipo de violencia y sobre todo poderles garantizar un acompañamiento que las proteja y no lamentar una tragedia posterior.
Las personas en general y en especial las niñas y mujeres deben aprender a identificar aquellas conductas de un posible agresor. Estas pueden ser diversas, pero se pueden detectar, al volverse estas repetitivas y si a estas se suman el consumo de alcohol o drogas. Esto permitirá en alguna medida, prevenir que dicho agresor, sobre pase sus conductas violentas hasta llegar a cobrar una vida, si las mismas se denuncian a tiempo.
Entre las conductas que presenta un agresor se pueden mencionar algunas de las siguientes: agresiones verbales, como gritos, palabras insultantes, que afecten la autoestima de la mujer; agresiones físicas, tales como golpes, empujones; agresiones psicológicas, tales como acoso, crear complejos de inutilidad o inferioridad, que la desvaloricen como mujer, entre otras.
Cuando las mujeres denuncian cualquier tipo de violencia, se debe dar el seguimiento de la misma y brindar un tratamiento integral, ya que puede este reincidir y correr riesgo la vida de la víctima. Es necesario trabajar de forma multidisciplinaria con ambos, ya que la atención psicológica tiene que ser dirigida tanto para la víctima como para el agresor.
La participación en la prevención de estos hechos, es de todos: por un lado, las personas que son víctimas de los diferentes tipos de violencia; por otro, la sociedad misma, que se vuelve observadora de los mismos; las escuelas, a través de programas de orientación, que sensibilicen a los jóvenes ante estos fenómenos sociales que afectan el desarrollo y la paz del país; los padres de familia, en su labor de orientar, educar y formar a sus hijos, para que estos no se conviertan en futuros agresores y en especial a sus hijas, para que no permitan convertirse en víctimas de agresores.
Licenciada en Psicología y Máster en Diseños
y aplicaciones en Psicología y Salud.
Colaboradora de El Diario de Hoy.