Cuando fruto de la debilidad institucional, impunidad, inseguridad ciudadana, corrupción pública y privada, incapacidad de los políticos, etc., se instala el pesimismo en una sociedad, es más fácil que los ciudadanos sobre dimensionen la realidad, y lo negativo cobre más protagonismo.
Si a lo anterior se añade haber sido defraudados reiteradamente por los partidos políticos, la paciencia de la gente se agota, desaparece la esperanza y todo, en general, cae en la mediocridad y el conformismo.
Se piensa –y esto es clave– que “todos los partidos son lo mismo”, “todos los políticos son lo mismo”… Y por eso, al ser todo “más de lo mismo” no se ven posibilidades de solución a los problemas; más aún, se piensa que sólo pueden empeorar.
Se añoran líderes carismáticos; no por sus capacidades, talentos o integridad personal (características que se dan por descontado), sino principalmente por su habilidad histriónica (no hay nada como un buen actor para mover multitudes), y su capacidad retórica; ambas al servicio de lo que se ha llamado mesianismo político.
Cuando aparece un “salvador”, que basa su popularidad más en el descontento generalizado que en sus capacidades, la gente lo sigue más por decepción que por convicción, más por deseo de cambio que por considerar sus capacidades personales, más por hartazgo que por esperanza… más porque querer castigar que elegir.
Entonces la mesa queda servida para presentar a la gente discursos simples, sin contenido, basados en sentimientos (odio, envidia, rencor): algo así como “nos arrojaron del paraíso por culpa de unos pecadores y además mandar a los culpables al infierno”.
Le funcionó a Hugo Chávez, Pablo Iglesias y Evo Morales, está siendo sumamente útil para López Obrador y casi hace presidente a Fabricio Alvarado. Es decir, que nuestro mesías nacional ni siquiera goza de originalidad.
Como el mesías está del lado de la gente, va a hacer lo que quiera la gente y no lo que una élite corrupta y abusadora pretenda. Viene a desenmascarar fariseos, a pedir cuentas a los corruptos, a recobrar lo robado, a expulsar del templo (las instituciones) a los mercaderes de la política. Se rodeará de almas sencillas y promoverá la igualdad (por eso, generalmente, son de corte socialista). Si lo atacan, es lo que cabe esperar: nadie puede estar tranquilo cuando siente amenazado su opulento e injusto modo de vida. Cuanto más lo desprecien, cuanto más lo critiquen, mejor está haciendo las cosas.
Todos darán por supuesto que en las filas de sus seguidores no hay corruptos, y si a alguno se le demuestra lo contrario será, seguramente, porque le tendieron una trampa. Los críticos cumplen la función de Judas: se venden por unas monedas al poder para evitar que triunfe la salvación.
Las credenciales de capacidad para administrar la cosa pública del mesías, su formación académica, su trayectoria profesional, son irrelevantes ¿A quién se le ocurre fijarse en esas pequeñeces, cuando lo que está en juego es el futuro el país?
Lo importante es que el dinero alcanzará para todo, habrá salud y educación de primer mundo, la inversión fluirá abundantemente, no habrá privilegios para nadie, la seguridad será el pan de cada día, el crecimiento económico será imparable, se resolverán los problemas de tráfico, ganaremos el mundial de fútbol… Porque cuando uno está dispuesto a creer cualquier cosa, puede suceder cualquier cosa.
Incluso, si pierde las elecciones, el mesías tiene asegurado su futuro, pues una vez ha condescendido en participar en los comicios, no puede perder. Si es derrotado, será porque hubo fraude, lo que no hará sino confirmar que hay que destruir todo para volver a empezar de nuevo y –ya se sabe– él es el único capaz de hacerlo.
Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare