Negros gatos

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Por Jorge Alejandro Castrillo

01 June 2018

Esta semana atendí la amable invitación que me hizo una institución educativa que, por razones de trabajo, visito con frecuencia. La institución atiende desde preescolar hasta bachillerato, alberga a más de mil alumnos y sus instalaciones son excelentes. Estrenan autoridades este año. El motivo de su invitación: celebraban la semana de su negra mascota, como lo hacen todos los años desde... ¿hará cuántos? (serán muchos, pues es de las instituciones educativas más longevas de nuestro país, casi centenaria, laica desde sus inicios, devota de los valores cívicos y de la disciplina: desfilan con orgullo para septiembre al son de su vistosa Banda de Paz). Celebraron esta semana, no con fiesta (o si la hacen, no me invitaron), sino con exposiciones de todo el día de proyectos de todas las asignaturas y en todos los niveles. Mi recorrido inició por preescolar donde tuve la impresión de estar entrando a una feria: “stands” o puestos distribuidos formando un circuito en el amplio salón de usos múltiples.

Lo primero que encontré fue el más simpático sistema solar que haya visto nunca: peques disfrazados de estrellas, planetas y satélites. El micrófono pasó de las manos del Sol a las de Mercurio, luego a las de Venus, a las de la Tierra después y así ordenadamente por cada cuerpo celeste allí representado, que recitaba de memoria el párrafo que había aprendido con la información más importante de cada uno. De ése pasé al siguiente puesto donde un panal de inquietas abejas obreras, zánganos y reina se pasaban otro micrófono de mano en mano para explicar la estructura social de la colonia, la función de cada miembro y el proceso de producción de la miel que regalaban hecha dulces. Luego al puesto de la caña de azúcar (con televisión incorporada que mostraba videos de campos de caña, de los ingenios y trapiches, con entrevistas a personeros nacionales importantes del sector cañero) donde, una vez más, otro micrófono pasaba de mano en mano de los campesinos representados por peques menores de cinco años que recitaban sus párrafos con evidente orgullo. Seguía el stand de reciclaje de desechos sólidos y otros más. Terminé mi visita al salón de usos múltiples escuchando a otros ganaderos de cinco años explicarme cuál era el proceso para elaborar el requesón, la crema y los quesos que, acto seguido, me ofrecían a continuación embadurnados en una galleta o cortado en deliciosos trocitos. (“Usted se echa al estómago lo que le den”, apuntó la cicerone que me guiaba en el trayecto, quiero creer que con ánimo de cariñoso reconocimiento).

En el patio, un grupo de segundo ciclo deslumbraba con pequeños motores movidos por energía solar; otro grupo mostraba la maqueta de una ciudad que habían hecho funcionar con la energía inalámbrica que se irradiaba desde una bobina de Tesla; el desenvuelto gordito de otro grupo sudaba gordas gotas mientras horneaba los pedazos de pizza en las dos cajas forradas que fungían de horno solar (pizza que luego ofrecía y comía él mismo siguiendo el principio de que “el que parte y reparte…”). Niñas, niños, docentes, madres y padres de familia yendo de un stand a otro, preguntando, comiendo, gozando a sus hijos dar las explicaciones oportunas. Y ya se podrán hacer idea ustedes: los de tercer ciclo visitando los proyectos de los de segundo; los de primero aplaudiendo la función de teatro de los de bachillerato; las mamás abanicándose mientras se aseguraban que alcanzaran los quesos, la pizza, el café, la miel, los dulces y todo lo que repartían para dar vistosidad y sabor al proyecto de sus hijos. Nadie de balde, todos ocupados, aprendiendo.

El tiempo, las costumbres y la rutina nos han confundido acerca de lo esencial de esa institución social que llamamos escuela (academia, colegio, instituto, universidad, kindergarten, da igual). Nos parece, a veces, que lo esencial es la edificación que alberga al grupo de gente que allí se reúne a diario, o que lo importante son las ayudas pedagógicas (ahora tecnológicas: computadoras y demás instrumentos) o el programa de estudios por desarrollar o la disciplina que hay que cumplir.

La visita a la “Semana de los Gatos Negros” me lo ha recordado: lo esencial de la escuela es la comunidad educativa que se forma alrededor del aprendizaje de los alumnos. Los profesores –artistas de reparto– tienen la misión de pasar la estafeta de los valores sociales históricos (conocimientos, conductas, hábitos, convivencia, ciudadanía), guiando amorosa y pacientemente a esos cachorritos sociales que son los alumnos –los actores principales: si ellos aprenden, la institución sirve bien a los fines para los que fue creada; si no lo hacen, apagamos las luces y nos vamos. Los padres de familia, clientes y veedores externos del proceso, apoyan con su concurso los esfuerzos del centro educativo por formar ciudadanos útiles, sabios, competentes y respetuosos.

Los gatos negros me hicieron recordar “El Principito” en su diálogo con el zorro: —Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos. —Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse”. Repítalo ahora usted también para no olvidarlo: lo esencial es invisible para los ojos.

Psicólogo y columnista

de El Diario de Hoy.